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Edición Digital - Fundación Luis Chiozza

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OBRAS COMPLETAS TOMO III 31<br />

(1922b [1921]) cuando, refi riéndose a los orígenes del yo ideal, dice que la<br />

primera y más duradera identifi cación ocurre con ambos padres de la prehistoria<br />

personal, y es directa e inmediata, anterior a toda catexis de objeto; y<br />

si aceptamos una representación o existencia interna, heredada, de la pareja<br />

parental (Rascovsky, 1960; Cesio, 1964), tal como se desprende de las anteriores<br />

palabras de Freud (Cesio y colab., 1964b), podemos concluir que la<br />

situación triangular, edípica, necesaria para la aparición de los celos, ya se<br />

halla contenida en el psiquismo desde el primer momento.<br />

Al lado de estas consideraciones dinámico-estructurales acerca de los<br />

celos, podemos hacer otras de tipo económico. La palabra “celo”, derivada<br />

del latín zelus (ardor) y del griego zeo que signifi ca “yo hiervo”, nos<br />

permite establecer una conexión entre los celos y la frustración instintiva<br />

que queda de esta manera asociada al fuego como un representante de<br />

los instintos, y también a la interpretación que hemos hecho del mito de<br />

Prometeo en otro trabajo (<strong>Chiozza</strong>, 1963a, 1970g [1966]). Este contenido<br />

económico de los celos aparece también cuando se habla, refi riéndose a<br />

ciertos animales, de una época de celo. Podríamos aventurar la hipótesis<br />

de que la carencia más o menos temporaria de un objeto adecuado en lo<br />

que respecta a los instintos del yo –que “comen” del propio organismo<br />

(Racker, 1957a)–, estructuraría una serie progresiva que recorre el apetito<br />

y el hambre hasta confi gurar un estado patológico, la voracidad, en donde<br />

no basta la presencia de ese objeto adecuado, para restituir la norma lidad.<br />

(Damos por supuesto que esto además depende de una ecuación interna<br />

constitucional y que contiene una carga oral libidinosa.) Análogamente,<br />

una sufi ciente intensidad de carencia, en lo que respecta a los instintos<br />

libidinosos, daría lugar a los celos patológicos como un equivalente “genital”<br />

de la voracidad. (Incluimos aquí dentro de lo “genital” las fan tasías<br />

primitivas, que corresponden a la pareja de la propia prehistoria heredada<br />

en el inconciente, y que se materializarían durante las fases más narcisistas<br />

del desarrollo como crecimiento, que es producto, visto en su aspecto corporal,<br />

de la reproducción celular.)<br />

La presencia del estímulo (objeto) específi co provocaría, en el voraz<br />

y en el celoso, el re-sentimiento de una carencia experimentada como un<br />

fuego devorador, cuya satisfacción directa es ya imposible, tal vez como resultado<br />

de la regresión. La envidia entonces, como un mecanismo digestivo<br />

del yo, procuraría la destrucción de este estímulo (objeto) que se ha tornado<br />

persecutorio, originando algunas veces, como lo ha señalado M. Klein, un<br />

círculo vicioso perjudicial; pero po dríamos pensar que otras veces, quizás a<br />

expensas de un empobrecimiento en todas sus posibilidades de relación con<br />

el objeto, el yo logra defenderse así de una situación mucho peor.

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