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Edición Digital - Fundación Luis Chiozza

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144 LUIS CHIOZZA<br />

los párrafos me interesaban de la misma manera y, previendo esa segunda<br />

lectura, subrayé algunos. Marqué con una cruz otros. Coloqué signos<br />

de interrogación en ciertos pasajes dudosos. Anoté también, “telegráfi camente”,<br />

referencias o conceptos correlacionados. Todas esas marcas son<br />

signos mediante los cuales yo, el signifi cante, elegí determinados pasajes<br />

que quedaron, así, signifi cados, distinguidos de todo el conjunto. Pero los<br />

signos con los cuales signifi qué contienen algo más que el mero distinguir<br />

esa cosa de otra. Contienen, o intenté que contuvieran, los pensamientos<br />

y afectos que poblaban mi ánimo, el criterio con el cual elegí. La vivencia<br />

que me acompañaba cuando signifi qué será lo signifi cado con el signo.<br />

En la segunda lectura recibiré como mensaje, por lo menos una parte de<br />

la misma. Un objeto que he signifi cado posee pues un mensaje, para mí o<br />

para el otro; una información que quedará comunicada, que viajará desde<br />

mi yo signifi cante al yo observador que estudia el objeto signifi cado. Este<br />

transcurso de la información ocurre cuando el observador recuerda, conoce<br />

o descubre, el código de la señal y puede interpretarla.<br />

Volvamos ahora a la medicina. Supongamos, por ejemplo, que el signo<br />

de Musset fuera patognomónico de la insufi ciencia aórtica, es decir,<br />

propio de esa enfermedad y sólo de ésa. Aceptado este supuesto, el signo<br />

de Musset señala la existencia de la insufi ciencia aórtica. ¿Quién es aquí<br />

el signifi cante, el sujeto activo del verbo signifi car? ¿Quién deja la huella,<br />

los vestigios que el investigador pesquisa y encuentra? ¿Es el enfermo que<br />

padece la afección y es al mismo tiempo el objeto signifi cado? ¿Es una<br />

metáfora que transforma a la insufi ciencia aórtica en “la persona que traza<br />

el dibujo del signo” mediante el refl ujo diastólico de la sangre?<br />

El sentido común propone aquí una respuesta que parece clara. Hubo<br />

una vez un poeta, Musset, que padecía, creo, una aortitis sifi lítica acompañada<br />

por una insufi ciencia aórtica; y hubo un médico –ignoro su nombre–<br />

que reparó en el sacudirse de la cabeza del enfermo en cada sístole<br />

cardíaco. Ese “reparar” fue un pensamiento que acompañó la experiencia<br />

del médico frente a Musset. Ese “reparar” fue a un mismo tiempo el efecto<br />

y la causa de esa experiencia, fue un comprender la relación, fue una<br />

teoría. El médico que “leía” en Musset esta relación no necesitaba, como<br />

Pulgarcito en el bosque, dejar una señal, en el propio Musset, del camino<br />

seguido por su pensamiento; escribió una “guía de viaje” que fi gura en<br />

los libros de patología bajo el título “signo de Musset” y que nos permite<br />

recorrer en otros pacientes un camino semejante.<br />

La respuesta buscada parece entonces clara. El médico que observó a<br />

Musset es aquí el sujeto signifi cante; la descripción es el signo; Musset, o<br />

el paciente al cual se le sacude de esa manera la cabeza, es el objeto sig-

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