Edición Digital - Fundación Luis Chiozza
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OBRAS COMPLETAS TOMO III 243<br />
lugar que ocupa este aparato psíquico extenso es sin duda alguna un espacio<br />
virtual. Mientras que en el caso concreto de nuestra conciencia adjudicamos<br />
un espacio virtual a una realidad no material que somos capaces de percibir,<br />
en el caso de lo inconciente nos vemos forzados a imaginar un espacio virtual<br />
para una realidad que sólo podemos suponer a través de la existencia de<br />
determinados efectos. Sin embargo, lo mismo ocurre con aquella realidad a<br />
la cual la física denomina “electrón”, sin que esta circunstancia nos conduzca<br />
por lo general a dudar de su existencia (tal como no dudamos de la existencia<br />
de la conciencia ajena, a la cual tampoco podemos percibir).<br />
Freud sostuvo repetidamente que espacio y tiempo son dos categorías<br />
que dependen del modo de funcionar de nuestro sistema-conciencia y que<br />
el inconciente, por lo tanto, se halla fuera del tiempo. ¿Cómo podemos<br />
entonces comprender sus propias afi rmaciones acerca del carácter actual o<br />
potencial de una idea o un afecto inconciente? Actualidad y potencialidad<br />
son conceptos temporales, aplicados en este caso, y por el mismo Freud, al<br />
sistema inconciente.<br />
El verbo, como paradigma de la palabra que pertenece al sistema conciente,<br />
se desarrolla esquemáticamente en tres tiempos: pasado, presente y futuro.<br />
Cuando Freud aludía al carácter atemporal del inconciente, deseaba seguramente<br />
subrayar que el inconciente carece de esta distinción. Pero nosotros,<br />
cuando desde nuestra conciencia hablamos del inconciente, no carecemos de<br />
una tal distinción. Decimos entonces que en el inconciente se acumulan, con<br />
carácter actual (en el sentido de presente y acto, pero también de permanencia),<br />
las ideas o confi guraciones estructurales que en su conjunto establecen a<br />
un individuo en la totalidad de su forma y de la transformación que constituye<br />
su vida completa, pasada, presente y futura. En ese sentido, estas ideas inconcientes,<br />
que Freud denominaba efi caces, son al mismo tiempo estructuras<br />
afectivas potenciales en la medida en que son capaces de exteriorizarse en una<br />
“inervación” que denominamos afecto y que ocupará, en este último caso, un<br />
“lugar” en el tiempo conciente del sujeto que lo experimenta.<br />
Volvamos ahora al ejemplo de Bleger. Solemos denominar contenido<br />
latente a los celos que suponemos determinando, en ese contexto, el acto de<br />
romper el vaso. Solemos pensar que estos celos son inconcientes y que continúan<br />
existiendo como tales, reprimidos, detrás del contenido manifi esto o<br />
en algún otro lugar. Sin embargo, no parece ser esto lo que pensaba Freud.<br />
Los celos, como sentimiento, se confi guran como una multitud de<br />
procesos que en su conjunto constituyen un “conmoción vegetativa” que<br />
precisamente confi gura la particular emoción que aprendimos a denominar<br />
de esa manera. Justamente ha ocurrido una represión para impedir ese desarrollo,<br />
específi co, de tal afecto. La idea inconciente, que continúa siendo