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Edición Digital - Fundación Luis Chiozza

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178 LUIS CHIOZZA<br />

son pala bras con las cuales púdicamente escondemos nuestra ignorancia.<br />

Conceptos como los de “constitución”, “herencia” o “debilidad del yo”<br />

proyectan “hacia atrás” el problema, pero no lo resuel ven. Esto no solamente<br />

ocurre dentro de la medicina; la más encendida polémica acerca de<br />

la validez del pensamiento causal ha partido en los últimos años precisamente<br />

de la física, hasta hace muy poco la más “objetiva” de las ciencias.<br />

Quedémonos entonces con el concepto de que la medicina sólo descubre<br />

condiciones necesarias, nunca sufi cientes. Desde un punto de vista<br />

pragmático, centrado en la tarea que consti tuye la fi nalidad de la medicina,<br />

esta defi nición no sólo abarca teóricamente todo lo necesario para<br />

fundar la terapéutica, sino que además amplía ese campo de la terapia. El<br />

no quedar so metidos a la ilusión de haber descubierto la causa y su único<br />

me canismo de acción nos faculta para seguir investigando en la búsqueda,<br />

siempre renovada, de otras condiciones necesarias. El conocimiento<br />

de estas últimas nos brindará el acceso a nue vas posibilidades terapéuticas.<br />

Si “la causa” de la hepatitis in fecciosa es un virus, los campos de la<br />

investigación y de la terapia quedan centrados en el conocimiento de los<br />

virus, las condiciones de su acción sobre el organismo y la reacción de<br />

este organismo. Si el virus, en cambio, es sólo una condición necesaria<br />

para la existencia de la hepatitis infecciosa, pero no sufi ciente, es posible<br />

encontrar en el campo de las constelaciones anímicas otra condición<br />

necesaria: la existencia de un confl icto específi co caracterizado por sentimientos<br />

de envidia inconciente coartados en su fi n, junto a difi cultades<br />

en la tarea de materializar los ideales.<br />

La apertura, por lo tanto, es doble. Apertura para la tera péutica y apertura<br />

para la investigación. Señalemos ahora una consecuencia importante<br />

de esta apertura. El “optimismo” que caracterizó a la medicina de principios<br />

de siglo, según el cual podíamos conocer “la causa” y el mecanismo<br />

genético unívoco de una determinada enfermedad, nos condujo también<br />

a creer que las distintas enfermedades, clasifi cadas de acuerdo con este<br />

conocimiento, constituían a su vez entidades nosológicas en cierto modo<br />

inmutables, con una etiología, una patogenia, un procedi miento diagnóstico<br />

y pronóstico, una evolución previsible, un criterio de curación y un<br />

tratamiento, que podían variar dentro de ciertos límites, sin alterar profundamente<br />

el mismo concepto de la enfermedad considerada. Aclaremos esto<br />

mejor. No afi rma mos que los conceptos adquiridos acerca de una determinada<br />

en fermedad permanecieran invariables a través del tiempo, sino que<br />

estas variaciones ocurrían dentro de márgenes que no llegaban a cuestionar<br />

seriamente el mismo criterio de clasifi cación consti tuido por la nosología<br />

clásica. Los conocimientos que pertene cen a campos tales como la inmu-

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