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Edición Digital - Fundación Luis Chiozza

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278 LUIS CHIOZZA<br />

el establecimiento de la signifi cación de dichos objetos. Constituye, desde<br />

este punto de vista, una interpretación, y compromete un afecto.<br />

El idioma, como residuo organizado de una con-vivencia pretérita,<br />

confi gura un aspecto privilegiado del mundo social, que permite objetivar<br />

las líneas que estructuran el universo de los signifi cados. La relación existente<br />

entre lenguaje e historia nos brinda por lo tanto la apariencia de una<br />

base sufi ciente para construir, a partir de ese único punto, la teoría metahistórica<br />

que necesitamos. Pero esta exclusividad, a pesar de lo fructífero de<br />

tales investigaciones, me parece injustifi cada. Más aún, es frecuente que a<br />

partir de este punto se desconozca el hecho de que en el sistema que constituye<br />

una lengua confl uyen precisamente de manera irreductible materia e<br />

historia, como dos términos de una oposición que sólo en su interrelación<br />

recíproca se iluminan mutuamente. Es decir que el lenguaje, en lugar de<br />

ser el punto en el cual se establece la solución del dilema entre el cuerpo y<br />

el alma, o entre naturaleza y cultura, constituye un campo en donde éste se<br />

reinstala y nos permite, otra vez, contemplarlo.<br />

No se trata por lo tanto de que, en aras de una metahistoria, abandonemos<br />

una metapsicología cuyos conceptos, extrapolados de las ciencias<br />

de la naturaleza, constituyen la oposición imprescindible que nos permite<br />

apresar “desde afuera” la escurridiza realidad de los signifi cados. Muchas<br />

veces he tenido la impresión de que la discusión de la metapsicología freudiana<br />

en su conjunto, o la oposición a algunos de sus conceptos esenciales,<br />

proviene de no haber comprendido que constituye el punto de apoyo imprescindible<br />

para la existencia de una metahistoria. Esto es especialmente<br />

válido en lo que respecta a la teoría psicoanalítica de los afectos. Así como<br />

mientras no se realice esta metahistoria los elementos que debían constituir<br />

su base determinan desde lo inconciente el curso “idealista” de nuestras investigaciones<br />

metapsicológicas, es posible suponer que cuando dirigimos<br />

nuestra atención hacia la construcción de una metahistoria, nos ocurrirá<br />

un fenómeno recíproco y similar y quedaremos impregnados de una tesis<br />

materialista inconciente, en la medida en que nuestra mirada no retorne<br />

periódicamente sobre los fundamentos de la metapsicología. Un ejemplo<br />

del primer caso lo encontramos en el psicoanalista que, frente a una teoría<br />

que busca resumir en una tópica, una dinámica y una economía, estructura<br />

un conjunto de valores “intocables” que permanecen siempre fuera de su<br />

esquema teórico. El segundo caso aparece, por ejemplo, en quienes al estudiar<br />

las vicisitudes del deseo inconciente y su estructuración en el campo<br />

social del lenguaje, encuentran vedado su acceso teórico a un terreno que<br />

llamamos biológico, por un límite que surge de un prejuicio inconciente<br />

hacia aquella parte de la realidad que denominamos materia. Oculto mu-

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