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Edición Digital - Fundación Luis Chiozza

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OBRAS COMPLETAS TOMO III 221<br />

comparados a los ataques de la neurosis histérica, recientes e individualmente<br />

adquiridos, cuya génesis y signifi cación como símbolos mnémicos<br />

nos ha revelado el análisis” (Freud, 1926d [1925], pág. 53).<br />

Continúa luego esta comparación subrayando que: “Para explicarnos<br />

el ataque histérico no tenemos más que buscar la situación en la que los<br />

movimientos correspondientes constituían una parte de un acto justifi cado”<br />

(Freud, 1926d [1925], pág. 53).<br />

Esta afi rmación de Freud acerca de que los afectos son ataques histéricos<br />

heredados y universales posee una trascendencia insospechada, ya<br />

que, dado el carácter central de la teoría de los afectos en psicoanálisis, nos<br />

permite utilizar su comprensión de los fenómenos corporales de la histeria<br />

en el resto de nuestra actividad psicoanalítica.<br />

Ya no se trataría como afi rma Freud (1905e [1901]) para el caso de la<br />

conversión, de una transferencia de una excitación puramente psíquica a<br />

la inervación somática, sino que si bien no todos los afectos son, estrictamente<br />

hablando, síntomas, todos los síntomas (ya se manifi esten a la conciencia<br />

como alteraciones psíquicas o como alteraciones somáticas) son<br />

afectos, y, como tales, están dotados de un sentido psicológico y quedan<br />

atribuidos tanto a un lugar del cuerpo como a una alteración somática.<br />

Nos falta todavía abordar una cuestión. Hemos dicho que la representación<br />

que penetra en el sistema de la conciencia es capaz de desarrollar un<br />

afecto y una idea. Rapaport (1962) afi rma: “Tanto la ‘carga afectiva’ como<br />

las ideas son representaciones impulsivas; fue necesario distinguirlas teóricamente<br />

por ser diferente su destino en el estado de represión”.<br />

Es cierto que el psicoanálisis nos acostumbra, siguiendo el consejo<br />

de Freud, a perseguir por separado los destinos que la represión impone<br />

al afecto de aquellos otros que impone a la parte eidética de la representación.<br />

Dentro de esta regla psicoanalítica resulta bastante claro qué es lo que<br />

debemos entender por una y otra cosa.<br />

Sin embargo, cuando en un afán de “inventariar” los distintos tipos de<br />

representaciones que confi guran en el psiquismo la idea o el objeto interno<br />

“pecho”, por ejemplo, pasamos de aquellas que provienen de los órganos<br />

de los sentidos a aquellas otras que corresponden a la tibieza de la leche<br />

descendiendo por el esófago y alojándose en el estómago, o al conjunto<br />

cenestésico que surge de la posición del cuerpo en el regazo materno, debemos<br />

preguntarnos en qué punto de esta escala sin soluciones de continuidad<br />

fi naliza aquello que denominamos representación-idea y comienza lo<br />

que denominamos afecto, ya que afecto es, en última instancia, el registro<br />

sensitivo de un proceso de descarga motora, predominantemente vegetativa,<br />

realizado de acuerdo con una modalidad preformada.

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