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Edición Digital - Fundación Luis Chiozza

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210 LUIS CHIOZZA<br />

Prometeo es liberado, en las versiones clásicas, mediante una hazaña<br />

de Heracles, quien con una fl echa emponzoñada en la hiel de la Hidra de<br />

Lerna (Borges, 1957b; Saint-Victor, 1880-1884), e invocando al dios Apolo,<br />

el arquero invencible, atraviesa el corazón del águila que amenazaba<br />

reanudar su espantoso festín (Séchan, 1951, pág. 39).<br />

Según hemos visto anteriormente, el águila de Zeus representa el impacto<br />

de los contenidos ideales asociados con los impulsos instintivos que, “sobreviniendo<br />

cada día”, consumen al propio organismo, y adquieren un carácter<br />

superyoico cuando este organismo, “atado” como Prometeo en su tormento,<br />

no es capaz de derivar la acción de tales contenidos hacia el exterior. Podemos<br />

pensar que Heracles representa al propio Prometeo, quien, confortado por las<br />

Oceánides y por su madre Gea (Séchan, 1951), extrayendo su fuerza del ello,<br />

al cual se alude mediante la invocación de Apolo, “personifi cación del sol y de<br />

la luz” (Pérez Rioja, 1962), logra “desatar” la hiel de su pasión envenenada.<br />

La fl echa emponzoñada de Heracles representa entonces un ataque<br />

proyectivo “endopsíquico” similar al mecanismo descripto por Heimann<br />

(1939), al cual, en este caso, la hiel venenosa nos permite caracterizar como<br />

envidia. De este modo, mediante la envidia operando intrapsíquicamente,<br />

se intenta la asimilación en el yo de aquellos objetos internos, ideales,<br />

cuyo carácter “sagrado” evidencia a la vez sus cualidades valiosas y persecutorias.<br />

Así como la envidia coartada en su fi n adquiere representación<br />

en el mito, confi gurándose como un mundo interno en “estancamiento”<br />

melancólico, el desatarse de la envidia constituiría el fi nal y la victoria de<br />

un penoso proceso dramatizado a través de la lucha con Zeus.<br />

Prometeo renunciaría de esta manera, en parte, a su contacto ideal con<br />

el ello, renunciaría a agregar a sus “sufrimientos presentes, otros nuevos”,<br />

y renunciaría con ellos a la riqueza que esos nuevos sufrimientos podrían<br />

brindarle a su visión profética.<br />

Podríamos decir que la asimilación de los objetos internos ideales,<br />

que atempera su pasión envenenada, capacita a Prometeo para un vínculo<br />

encuentra en su mundo poblado de sueños nostálgicos, melancólicos, un sustituto<br />

de esa facultad de esperar inalcanzable. Por eso suele decirse que “la esperanza<br />

es lo último que se pierde”, ya que nace de una espera tan “desesperada” que<br />

tiene que ser idealizada. En el guión y en la película de Fellini Ocho y medio, que<br />

hemos analizado en relación con las fantasías hepáticas en otro lugar (<strong>Chiozza</strong>,<br />

1970f [1964-1966], apdo. 2), Guido, el personaje central, un director de cine<br />

abrumado por la tarea de materializar en un fi lme las ideas que constituyen lo<br />

que él denomina “su estupenda confusión”, es examinado por su médico, quien<br />

en el momento en que “le palpa el hígado”, le interroga: “¿Otra película sin<br />

esperanza?” (Cederna, 1964, pág. 127).

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