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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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desnudara más su flanco. Tenía que probar mis incisivos. Los notaba robustos. Y<br />

entonces...<br />

¿Cómo? Ahora que yo tenía todo el derecho de odiar, de detestar, ¿me rechazaban?<br />

Ahora que debería haber sido suplicado, requerido, ¿se me negaba todo reconocimiento?<br />

Yo decidí, como me era imposible partir de un complejo innato, afirmarme en<br />

tanto que NEGRO. Como el otro dudaba en reconocerme, no me quedaba más que<br />

una solución. Darme a conocer.<br />

Jean-Paul Sartre, en Reflexiones sobre la cuestión judía escribe: «Ellos (los judíos)<br />

se han dejado envenenar por una determinada representación que los otros tienen de<br />

ellos y viven en el temor de que sus actos no se conformen a ella, así podríamos decir<br />

que sus condiciones están perpetuamente sobredeterminadas desde el interior»2.<br />

En todo caso, el judío puede ser ignorado en su judeidad. No es íntegramente lo<br />

que es. Se le espera, se le aguarda. Sus actos, su comportamiento deciden en última<br />

instancia. Es un blanco y, fuera de algunos rasgos bastante discutibles, sucede que<br />

pasa inadvertido. Pertenece a la raza de los que nunca han conocido la antropofagia.<br />

¡Qué idea también esa de devorar a su padre! Está bien, basta con no ser negro.<br />

Por supuesto, los judíos son molestados, ¡qué digo!, son perseguidos, exterminados,<br />

horneados, pero esas son historietas de familia. El judío deja de ser amado a<br />

partir del momento en el que se le reconoce. Pero conmigo todo adopta un nuevo<br />

rostro. Estoy sobredeterminado desde el exterior. No se me da ninguna oportunidad.<br />

No soy el esclavo de «la idea» que los otros tienen de mí, sino de mi apariencia.<br />

Llego lentamente al mundo, acostumbrado a no pretender alzarme. Me aproximo<br />

reptando. Ya las miradas <strong>blancas</strong>, las únicas verdaderas, me disecan. Estoy fijado.<br />

Una vez acomodado su micrótomo realizan objetivamente los cortes de mi realidad.<br />

Soy traicionado. Siento, veo en esas miradas <strong>blancas</strong> que no ha entrado un nuevo<br />

hombre, sino un nuevo tipo de hombre, un nuevo género. Vamos... ¡Un negrol<br />

Me deslizo por las esquinas, topándome, gracias a mis largas antenas, con los<br />

axiomas esparcidos por la superficie de las cosas -la ropa interior de negro huele a<br />

negro; los dientes del negro son blancos; los pies del negro son grandes; el ancho pecho<br />

del negro-, me deslizo por las esquinas, me quedo callado, aspiro al anonimato,<br />

al olvido. Escuchen, lo acepto todo, ¡pero que nadie se percate de que existo!<br />

—Eh, ven que te presente a mi compañero negro... Aimé Césaire, hombre negro,<br />

titular en la universidad... Marian Anderson, la mejor cantante <strong>negra</strong>... El doctor<br />

Cobb, inventor de sangre blanca, es un negro... Eh, saluda a mi amigo martinicano<br />

(ten cuidado, es muy susceptible)...<br />

2 J.-P. Sartre, Réflexions sur la question juive, cit., p. 123.<br />

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