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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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durante dos años pero, una vez curada, se negó a acostarse con otro hombre. Ella<br />

no sabía lo que había vuelto loca a esa mujer. Pero, rabiosamente, intentaba reproducir<br />

la situación, hallar ese secreto que participaba de lo inefable. Hay que comprender<br />

que lo que ella quería era una ruptura, una disolución de su ser en el plano<br />

sexual. En cambio, cada experiencia que ella probaba con un negro consolidaba sus<br />

límites. Ese delirio orgásmico se le escapaba. No pudiendo vivirlo, ella se vengaba<br />

arrojándose a la especulación.<br />

A este propósito hay que mencionar un hecho: una blanca que se ha acostado<br />

con un negro acepta difícilmente un amante blanco. Al menos es una creencia que<br />

nos hemos encontrado a menudo en los hombres. «¿Quién sabe qué “les” dan?».<br />

En efecto, iquién sabe? Desde luego, no ellos. Sobre este tema no podemos dejar<br />

pasar en silencio esta observación de Etiemble:<br />

Los celos raciales incitan a crímenes racistas: para muchos hombres blancos el negro<br />

es justamente esa verga maravillosa con la que sus mujeres, una vez traspasadas, queda­<br />

rán transfiguradas. Mis servicios de estadística nunca me han proporcionado documen­<br />

tos en este sentido. Sin embargo, he conocido negros. Blancas que han conocido a ne­<br />

gros. Y <strong>negra</strong>s que han conocido blancos. He recibido suficientes confidencias como<br />

para lamentar que el señor Cournot dé nuevo vigor con su talento a una fábula en la que<br />

el blanco sabrá siempre encontrar un argumento especioso: inconfesable, dudoso, dos<br />

veces eficaz, pues33.<br />

Una tarea colosal hacer el inventario de lo real. Amontonamos hechos, los comentamos,<br />

pero en cada línea escrita en cada proposición enunciada tenemos una<br />

impresión de algo inacabado. Denunciando a Jean-Paul Sartre, Gabriel d’Arbou-<br />

sier escribía:<br />

Esta antología que mete en el mismo saco a antillanos, guyaneses, senegaleses y malga­<br />

ches crea una lamentable confusión. Plantea de esta forma el problema cultural de los paí­<br />

ses de ultramar desgajándolo de la realidad histórica y social de cada país, de las caracte­<br />

rísticas nacionales y de las condiciones diferentes impuestas a cada uno de ellos por la<br />

explotación y la opresión imperialista. Así cuando Sartre escribe: «El negro, por la senci­<br />

lla profundización en su memoria de antiguo esclavo, afirma que el dolor es la carga de los<br />

hombres y que ésta no es merecida», ¿se da cuenta de lo que esto puede querer decir para<br />

un hova, un moro, un targui, un fula o un bantú del Congo o de Costa de Marfil?34.<br />

33 R. Etiemble, «Sur le M artinique de M. Michel Cournot», cit.<br />

34 Gabriel d’Arbousier, «Une dangereuse mystification: la théorie de la negritude», La N ouvelle<br />

Critique, junio de 1949.<br />

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