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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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vida subjetiva del negro no puede trascender hasta el nivel de lo intersubjetivo o lo<br />

social. El prejuicio nos resulta familiar: los negros viven, como mucho, en el nivel<br />

de lo particular, no en el universal. Por lo tanto, la experiencia <strong>negra</strong> sufre de una<br />

imposibilidad de llenar el hueco entre la vida subjetiva y el mundo. Se trata de<br />

una experiencia que, literalmente, no es tal. Fanón describe su turbulenta experiencia<br />

en los comienzos:<br />

Yo llegaba al mundo deseoso de desvelar un sentido a las cosas, mi alma plena del<br />

deseo de comprender el origen del mundo y he aquí que me descubro como objeto en<br />

medio de otros objetos.<br />

Encerrado en esta objetividad aplastante, imploraba a los otros. Su mirada liberadora,<br />

deslizándose por mi cuerpo súbitamente libre de asperezas, me devolvía una ligereza<br />

que creía perdida y, ausentándome del mundo, me devolvía al mundo. Pero allá abajo,<br />

en la otra ladera, tropiezo y el otro, por gestos, actitudes, miradas, me fija, en el<br />

sentido en el que se fija una preparación para un colorante. Yo me dejo llevar, exijo una<br />

explicación... Nada resulta. Exploto. He aquí los pequeños pedazos reunidos por un<br />

otro yo (p. 111, Pn 88IBS 109).<br />

Al tratar de penetrar el mundo social, se encontró a sí mismo encerrado en un<br />

mundo sin reciprocidad, así como en una situación de cierre epistémico. El cierre<br />

epistémico es un momento de supuesto conocimiento total de un fenómeno, que<br />

cierra la puerta a cualquier empeño de plantear más interrogantes. El resultado es lo<br />

que llamamos anomia perversa. Anomia significa literalmente no tener nombre, circunstancia<br />

que caracteriza los elementos más generalizables del mundo social. Generalmente<br />

está precedido por el artículo indefinido «un/a»: «un estudiante», «un<br />

transeúnte», «un policía», «un hombre» o «una mujer». En encuentros cotidianos,<br />

admitimos no saber demasiado sobre las personas que ocupan estos papeles o identidades<br />

sociales. No obstante, dichos encuentros quedan sesgados cuando creemos<br />

completar nuestro conocimiento a través de individuos que pensamos que ejemplifican<br />

una identidad. El cisma entre identidad y ser se destruye y el resultado es un<br />

ser necesario, una realidad «ontológica» sobredeterminada. Contemplar a alguien<br />

de este modo es cerrarle cualquier posibilidad. Asume la forma del mando y de la<br />

declaración en lugar de la forma interrogativa; en otras palabras, uno no se hace<br />

preguntas puesto que presume que ya sabe todo lo que se necesita saber. La persona<br />

a la que vemos de esta manera nunca es interpelada, ni preguntada, sino que se<br />

habla de ella y, como mucho, se le dan órdenes como al perro de Pavlov.<br />

Estoy sobredeterminado desde el exterior. No se me da ninguna oportunidad. No<br />

soy el esclavo de «la idea» que los otros tienen de mí, sino de mi apariencia.<br />

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