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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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entre el sistema opiáceo natural (de acuerdo con cuyos términos genéticamente determinados<br />

nuestro ser fisonómico debería experimentarse como «bueno»), y la realidad<br />

de un modo cultural de identidad y, por lo tanto, de sociogenia, de acuerdo con<br />

cuyos términos dicho ser fisonómico debe experimentarse como «malo». A este respecto<br />

Goldstein no resulta de ayuda alguna. Pues, dado que expone su hipótesis, en<br />

tanto que referida a los humanos, sobre la base de la concepción puramente ontogénica<br />

y, por lo tanto, biocéntrica de lo humano, que opera como premisa no cuestionada<br />

característica de nuestro actual orden epistemológico, su conclusión presupone<br />

lógicamente que estos sistemas de motivación del comportamiento basados en la recompensa<br />

y en el castigo opiáceos funcionan, en nuestro caso, exactamente del mismo<br />

modo que en el de cualquier forma de vida puramente orgánica. Goldstein presenta<br />

dicha conclusión en el transcurso de su argumentación contra de la<br />

legalización de las drogas adictivas. El uso ampliamente generalizado de las drogas<br />

que se practica en la actualidad, sostiene, sólo puede comprenderse en un contexto<br />

evolutivo, dado que, al ser observado desde esta perspectiva, puede asumirse hasta<br />

qué punto la cualidad de «sentirse bien» de estas drogas se debe al hecho de que éstas<br />

«ni siquiera son ajenas al cuerpo», puesto que lo que hacen es «remedar o bloquear<br />

los neurotransmisores que normalmente funcionan para señalizar una recompensa».<br />

Lo que se está viendo de este modo perturbado, a través de la adicción<br />

generalizada a las drogas, es «el sistema sutilmente regulado» que «la evolución perfeccionó<br />

a lo largo de millones de años, con el fin de ponerse al servicio de la supervivencia<br />

de las especies», en la medida en que, mientras funciona de manera natural<br />

sin estar sometido a perturbación alguna, este sistema permite que los humanos «experimenten<br />

placer y satisfacción a partir de comportamientos y circunstancias de la<br />

vida cotidiana biológicamente apropiados» (Goldstein, 1994, p. 60).<br />

Pero nosotros, en tanto que humanos, ¿experimentamos placer y satisfacción<br />

únicamente a partir de comportamientos biológicam en te apropiados? En nuestro<br />

caso, ¿funciona el sistema opiáceo únicamente de manera natural? Si la respuesta a<br />

ambas preguntas fuese afirmativa, tal y como plantearía Goldstein, ¿de qué manera<br />

podríamos explicar entonces el hecho de que, según pone de manifiesto la descripción<br />

de los congoleños de principios del siglo XVII, lo que ellos experimentaban<br />

como estéticamente «correcto» y apropiado (los estados mentales cualitativos adversos<br />

activados por la dinorfina, por una parte, y los estados de «placer y satisfacción»<br />

activados por la beta-endorfina, por otra) fuesen completamente contrarios a<br />

aquello que los sujetos occidentales y los sujetos occidentalizados experimentan<br />

subjetivamente en tanto que estéticamente correcto y apropiado? ¿Cómo es posible<br />

que los mismos objetos, esto es, el color de piel blanco y la fisonomía caucásica característicos<br />

de la variante humana de ascendencia indoeuropea, y el color de piel<br />

negro y la fisonomía negroide, propios de la variante humana de ascendencia africa­<br />

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