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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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me ama. Nosotros nos amamos. Tiene que convertirse en mi esposa. Si no, me mato a<br />

sus pies»9.<br />

El blanco, requerido, acepta pues darle a su hermana, pero con una condición:<br />

no tienes nada en común con los verdaderos negros. No eres negro, eres «excesivamente<br />

moreno».<br />

Ese proceso es bien conocido por los estudiantes de color en Francia. Se les niega<br />

la consideración de auténticos negros. El negro es el salvaje, mientras que el estudiante<br />

es un evolucionado. Tú eres «nosotros», le dice Coulanges, y si te creen negro es por<br />

error, no es más que apariencia. Pero Jean Veneuse no quiere. No puede, porque sabe.<br />

Sabe que<br />

airados por ese humillante ostracismo, mulatos vulgares y negros sólo piensan en una cosa<br />

desde el momento que pisan Europa: saciar el apetito que tienen de la mujer blanca.<br />

La mayoría de ellos, y entre ellos, los que, de tez más clara, llegan a menudo a rene­<br />

gar de su país y de su madre, no forman matrimonios por inclinación sino matrimonios<br />

en los que la satisfacción de dominar a la europea se salpimienta de un cierto regusto de<br />

orgullosa revancha.<br />

Entonces me pregunto si yo no soy como todos ellos y si, al casarme contigo, que eres<br />

europea, no daría la impresión de proclamar que no solamente desdeño a las mujeres de<br />

mi raza sino que, atraído por el deseo de la carne blanca, que nos está prohibida a noso­<br />

tros, los negros, busco clandestinamente vengarme en una europea de todo eso que sus<br />

ancestros han hecho pasar a los míos a lo largo de los siglos10.<br />

Cuántos esfuerzos para desembarazarse de una urgencia subjetiva. Yo soy un<br />

blanco, he nacido en Europa, todos mis amigos son blancos. No había más de ocho<br />

negros en la ciudad que habito. Pienso en francés, mi religión es Francia. ¿Me entiende?<br />

Soy europeo, no soy un negro y para demostrárselo voy, en mi calidad de<br />

funcionario, a demostrar a los verdaderos negros la diferencia que existe entre ellos<br />

y yo. Y, en efecto, releed atentamente la obra, os convenceréis:<br />

¿Quién llama a la puerta? ¡Ah, es verdad!<br />

— ¿Eres tú, Soua?<br />

—Sí, comandante.<br />

— ¿Qué quieres?<br />

—Retreta. Cinco guardias fuera. Diecisiete prisioneros. No falta nadie.<br />

9 Ibid., pp. 152-153-154.<br />

10 Ibid., p. 185.<br />

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