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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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primeras sesiones, porque no es bueno que el descenso se inicie demasiado rápido.<br />

Es necesario que el sujeto conozca los engranajes de la sublimación antes de cualquier<br />

contacto con el inconsciente. Si en la primera sesión aparece un negro, hay<br />

que librarse enseguida de él; para eso, proponed a vuestro sujeto una escalera, una<br />

cuerda, o invitadlo a dejarse llevar con una hélice. El negro, sin falta, se queda en su<br />

agujero. En el inconsciente colectivo del hom o occidentalis, el negro o, si se prefiere,<br />

el color negro, simboliza el mal, el pecado, la miseria, la muerte, la guerra, la hambruna.<br />

Todos los pájaros de presa son negros. En Martinica, que en su inconsciente<br />

colectivo es un país europeo, se dice, cuando un negro «azulado» viene de visita:<br />

«¿Qué mal fario le trae?».<br />

El inconsciente colectivo no es, sin embargo, una herencia cerebral: es la consecuencia<br />

de lo que llamaré la imposición cultural irreflexiva. Nada sorprendente,<br />

pues, que un antillano, sometido al método del sueño despierto reviva los mismos<br />

fantasmas que un europeo. Es que el antillano tiene el mismo inconsciente colectivo<br />

que el europeo.<br />

Si se ha entendido lo que antecede, se puede enunciar la conclusión siguiente: es<br />

normal que el antillano sea negrófobo. Por el inconsciente colectivo el antillano<br />

hace suyos todos los arquetipos del europeo. El anim a del negro antillano es casi<br />

siempre una blanca. De la misma forma el anim u s del antillano es siempre un blanco.<br />

Y es que ni Anatole France, ni Balzac, o Bazin o cualquiera de «nuestros novelistas»<br />

menciona nunca a aquella mujer <strong>negra</strong> vaporosa y sin embargo presente y al<br />

sombrío Apolo de ojos brillantes... Pero, ¡ya me he delatado, he hablado de Apolo!<br />

No hay nada que hacer, soy un blanco. Inconscientemente desconfío de lo que hay<br />

negro en mí, es decir, de la totalidad de mi ser.<br />

Soy un negro pero, naturalmente, no lo sé, puesto que lo soy. En casa mi madre<br />

me canta, en francés, romanzas francesas que nunca tratan de negros. Cuando desobedezco,<br />

cuando hago demasiado ruido, me dicen que «no haga el negro».<br />

Un poco más tarde, leemos libros blancos y asimilamos poco a poco los prejuicios,<br />

los mitos, el folklore que nos llega de Europa. Pero no lo aceptamos todo, algunos<br />

prejuicios no se aplican a las Antillas. El antisemitismo, por ejemplo, no existe,<br />

porque no hay judíos, o muy pocos. Sin apelar a la noción de catarsis colectiva,<br />

sería fácil demostrar que el negro, irreflexivamente, se elige como objeto susceptible<br />

de portar el pecado original. Para ese papel, el blanco elige al negro y el negro que<br />

es un blanco también elige al negro. El negro antillano es esclavo de esta imposición<br />

cultural. Tras haber sido esclavo del blanco, se autoesclaviza. El negro es, en toda la<br />

acepción del término, una víctima de la civilización blanca. No es para nada sorprendente<br />

que las creaciones artísticas de los poetas antillanos no tengan una impronta específica:<br />

son blancos. Para volver a la psicopatología, digamos que el negro vive una<br />

ambigüedad que es extraordinariamente neurótica. A los veinte años, es decir, en el<br />

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