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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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su madre, que le dijeron que la vida era difícil para una mujer de color. Entonces,<br />

como no podía ennegrecer nada más, como no podía negrificar el mundo, ella intentó,<br />

en su cuerpo y en su pensamiento, blanquearse. En primer lugar, se hará lavandera:<br />

«Yo cobraba caro, más caro que en otros lugares, pero trabajaba mejor, y<br />

como a la gente de Fort-de-France le gusta tener la ropa limpia, acudían a mí. Finalmente<br />

se sentían orgullosos de blanquearse con Mayotte»4.<br />

Lamentamos que Mayotte Capécia no nos haya hecho en absoluto partícipes de<br />

sus sueños. Nos hubiera facilitado el contacto con su inconsciente. En lugar de descubrirse<br />

absolutamente <strong>negra</strong>, va a accidentalizar ese hecho. Se entera de que su<br />

abuela es blanca: «Yo me sentía orgullosa. Es cierto que no era la única que tenía sangre<br />

blanca, pero una abuela blanca es menos banal que un abuelo blanco5. ¿Y mi madre<br />

era entonces una mestiza? No había ninguna duda mirando su tez pálida. Yo la<br />

veía más guapa que nunca, y más fina, y más distinguida. Si se hubiera casado con un<br />

blanco, ¿puede que yo hubiera sido blanca del todo... ? ¿Y la vida habría sido menos<br />

difícil para m í... ? Soñaba con esa abuela que no había conocido y que había muerto<br />

porque había amado a un hombre de color martinicano... ¿Cómo podía una canadiense<br />

amar a un martinicano? Yo, que pensaba todo el rato en el señor cura, decidí<br />

que sólo podría amar a un blanco, a un rubio con los ojos azules, a un francés»6.<br />

Estamos avisados, Mayotte tiende a la lactificación. Porque hay que blanquear la<br />

raza; eso es algo que todos los martinicanos saben, dicen, repiten. Blanquear la raza,<br />

4 M. Capécia, J e suis martiniquaise, cit., p. 131.<br />

5 Como el blanco es el señor y, más sencillamente, el varón, puede darse el lujo de acostarse con<br />

muchas mujeres. Esto es cierto en todos los países y más aún en las colonias. Pero si una blanca acepta<br />

a un negro la cosa adquiere automáticamente un aspecto romántico. Hay ofrenda, no violación. En las<br />

colonias, en efecto, sin que haya matrimonio o cohabitación entre blancos y negros, el número de mestizos<br />

es extraordinario. Es porque los blancos se acuestan con sus criadas <strong>negra</strong>s. Lo que no autoriza,<br />

sin embargo, este pasaje de Mannoni: «Así una parte de nuestras tendencias nos llevarían de manera<br />

bastante natural hacia los tipos más extraños. Esto no es solamente un espejismo literario. No era literatura<br />

y el espejismo era sin duda mínimo, cuando los soldados de Gallieni elegían sus compañeras más o<br />

menos temporales entre las jóvenes ramatoa. De hecho, esos primeros contactos no presentaban ninguna<br />

dificultad. Eso se debía en parte a cómo era la vida sexual de los malgaches, sana y apenas sin manifestaciones<br />

complexuales. Pero esto prueba también que los conflictos raciales se elaboran poco a poco<br />

y no nacen espontáneamente», O. Mannoni, P sychologie de la colonisation, cit., p. 110. No exageremos.<br />

Cuando un soldado de las tropas conquistadoras se acostaba con una joven malgache, por su parte, sin<br />

duda, no había ningún respeto por la alteridad. Los conflictos raciales no llegaron después, coexistían.<br />

El hecho de que los colonos argelinos se acuesten con su criadita de catorce años no prueba tampoco la<br />

ausencia de confictos raciales en Argelia. No, el problema es más complicado. Y Mayotte Capécia tiene<br />

razón: es un honor ser hija de una mujer blanca. Eso demuestra que no se es una hija «en bas feuille»,<br />

esto es, de blancos pobres. (Ese término se reserva para todos los frutos de los békés de la Martinica; sabemos<br />

que son muy numerosos: se presume que Aubery, por ejemplo, tiene cerca de 50.)<br />

6 M. Capécida, J e suis martiniquaise, cit.<br />

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