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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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dad que el inconsciente de la niña le exige. En ese momento, esa agresividad liberada,<br />

sin soporte, reclama una inversión. Como es a esta edad cuando el niño entra en<br />

el folklore y la cultura bajo la forma que sabemos, el negro se convierte en el depositario<br />

predestinado de esta agresividad. Si penetramos más en el laberinto, constatamos:<br />

cuando la mujer vive el fantasma de la violación por un negro es, en cierto<br />

modo, la realización de un sueño personal, de un anhelo íntimo. Cumpliendo el fenómeno<br />

de la vuelta hacia sí, es la mujer la que se viola. Encontramos una prueba<br />

cierta en el hecho de que no es raro que las mujeres, en el trancurso del coito, le digan<br />

a su pareja: «Hazme daño». No hacen sino expresar esta idea: hazme daño<br />

como yo me lo haría si estuviera en tu lugar. El fantasma de la violación por el n egro<br />

es una variante de esta representación: «Anhelo que el negro me destripe como<br />

yo habría hecho con una mujer». Admitiendo nuestras conclusiones sobre la psico-<br />

sexualidad de la mujer blanca, podríamos preguntarnos cuáles propondríamos para<br />

una mujer de color. No sabemos. Lo que podemos adelantar, al menos, es que<br />

para muchas antillanas, que llamaremos las yuxta<strong>blancas</strong>, el agresor está representado<br />

por el tipo senegalés o, en todo caso, por un inferior (considerado como tal).<br />

El n egro es lo genital. ¿Esa es toda la historia? Desgraciadamente no. El n egro es<br />

otra cosa. Aquí, de nuevo, nos encontramos con el judío. El sexo nos bifurca, pero<br />

tenemos un punto en común. Los dos representamos el mal. El negro ante todo, por<br />

la gran razón de que es negro. ¿No se dice, en lo simbólico, la blanca Justicia, la<br />

blanca Verdad, la blanca Virgen? Hemos conocido a un antillano que, hablando de<br />

otro, decía: «Su cuerpo es negro, su lengua es <strong>negra</strong>, su alma debe también ser <strong>negra</strong>».<br />

El blanco cumple esta lógica cotidianamente. El negro es el símbolo del Mal y<br />

de la Fealdad.<br />

Henri Baruk, en su nuevo manual de psiquiatría43, describe lo que él llama las<br />

psicosis antisemitas.<br />

En uno de nuestros enferm os, la vulgaridad y obscenidad del delirio sobrepasaba<br />

todo lo que puede contener la lengua francesa y presentaba por su forma alusiones ho­<br />

m osexuales evidentes44 m ediante las que el paciente desviaba la vergüenza íntim a y la<br />

43 Henri Baruk, P récis d e psychiatrie. Clinique, psichophysiologie, therapeutique, París, Masson,<br />

1950, p.371.<br />

44 Mencionemos rápidamente que no hemos tenido la ocasión de constatar la presencia manifiesta<br />

de homosexualidad en Martinica. Hay que ver ahí la consecuencia de la ausencia del Edipo en las<br />

Antillas. Ya se conoce, en efecto, el esquema de la homosexualidad. Recordemos de todas formas la<br />

existencia de lo que allí se llaman «hombres vestidos de señora» o «mi comadre». La mayor parte del<br />

tiempo visten una chaqueta y una falda. Pero estamos convencidos de que tienen una vida sexual normal.<br />

Encajan un golpe como cualquier mozo y no son insensibles a los encantos femeninos, a las vendedoras<br />

de pescado, de legumbres. Por contra, en Europa hemos encontrado a algunos compañeros<br />

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