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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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de las viejas sign ora s, que reanima su mirada apagada; después, los jóvenes, abriendo<br />

sus grandes ojos blancos y redondeando una boca espesa, se transmiten ardientemente<br />

la noticia que suscita los «¡Oh ¡No es posible!», «¿Cómo lo sabes?», «¿Será posible?»,<br />

«Es encantador...», «Es retorcido...». La noticia que corre desde hace un mes por<br />

todo Saint-Louis es agradable, más agradable que todas las promesas del mundo. Co­<br />

rona un determinado sueño de grandeza, de distinción, que hace que todas las mula­<br />

tas, las Ninis, las Nanas y las Nenettes vivan fuera de las condiciones naturales de su<br />

país. El gran sueño que las obsesiona es ser desposadas por un blanco europeo. Se po­<br />

dría decir que todos sus esfuerzos tienden a ese objetivo, que casi nunca se consigue.<br />

Su necesidad de gesticular, su amor por el desfile ridículo, sus actitudes calculadas,<br />

teatrales, repugnantes, son otros tantos efectos de una misma manía de grandeza. Ne­<br />

cesitan un hombre blanco, todo blanco, y nada más. Casi todas esperan toda su vida<br />

esa buena fortuna que es tan improbable. Y en esta espera les sorprende la vejez y les<br />

empuja al fondo de los oscuros retiros en los que el sueño se troca finalmente en altiva<br />

resignación [...].<br />

Una noticia muy agradable... El señor Darrivey, europeo todo blanco y adjunto de los<br />

Servicios Civiles, ha pedido la mano de Dédee, mulata de tinte medio. No es posible24.<br />

El día que el blanco declaró su amor a la mulata debió ocurrir algo extraordinario.<br />

Hubo ahí reconocimiento, integración en una colectividad que parecía hermética.<br />

J^a minusvaloración psicológica, ese sentimiento de inferioridad y su corolario,<br />

la imposibilidad de acceder a la limpidez, desaparecieron totalmente. De un día<br />

para otro, la mulata pasaba de las filas de los esclavos a la de los amos...<br />

Ella se veía reconocida en su comportamiento sobrecompensador. Ya no era<br />

aquella que había querido ser blanca, era blanca. Entraba en el mundo blanco.<br />

En M agie noire, Paul Morand nos describía un fenómeno semejante, pero ya hemos<br />

aprendido a desconfiar de Paul Morand. Desde un punto de vista psicológico<br />

puede ser interesante plantear el problema siguiente. La mulata instruida, la estudiante<br />

en particular, tiene un comportamiento doblemente equívoco. Ella dice: «Yo<br />

no amo al negro porque es salvaje. No salvaje en el sentido caníbal, sino porque carece<br />

de finura». Punto de vista abstracto. Y cuando se le objeta que hay negros que<br />

pueden ser superiores en ese plano, entonces alega su fealdad. Punto de vista de la<br />

facticidad. Ante las pruebas de una verdadera estética <strong>negra</strong>, ella dice no entenderla;<br />

tratamos entonces de revelarle el canon. Los flancos de su nariz palpitan, su respiración<br />

se vuelve apnea, «ella es libre de elegir a su marido». Apela, como último<br />

recurso, a la subjetividad. Si, como dice Anna Freud, se arrincona al yo amputándolo<br />

de todo proceso de defensa, «si se vuelven conscientes las actividades incons­<br />

24 Ibid., p. 489.<br />

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