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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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án un día «que los blancos no se casan con una mujer <strong>negra</strong>». Pero es un riesgo que<br />

han aceptado correr porque lo que necesitan es la blancura a cualquier precio. ¿Por<br />

qué razón? Nada más fácil. He aquí un cuento para satisfacer el espíritu:<br />

Un día San Pedro ve llegar a la puerta del Paraíso a tres hombres: un blanco, un mu­<br />

lato y un negro.<br />

— ¿Qué deseas?, le pregunta al blanco.<br />

—Dinero.<br />

— ¿Y tú?, le dice al mulato.<br />

—La gloria.<br />

Y, cuando se vuelve hacia el negro, éste declara con una gran sonrisa7:<br />

—Yo he venido a llevar la maleta de estos señores.<br />

Hace poco, René Etiemble, comentaba uno de sus chascos: «M i estupor fue<br />

grande cuando siendo adolescente, una amiga, que me conocía, se levanta rabiosa al<br />

oírme decir en una circunstancia en la que era la única palabra adecuada: tú que<br />

eres <strong>negra</strong>. ¿Yo? ¿Negra? ¿No ves que soy casi blanca? Odio a los negros. Los negros<br />

apestan. Son sucios, perezosos. No me hables nunca más de negros»8.<br />

Conocimos a otra que tenía una lista de salas de baile parisinas «en las que no<br />

hay riesgo de encontrarse negros».<br />

Se trata de saber si es posible que el negro supere su sentimiento de inferioridad,<br />

que expulse de su vida el carácter compulsivo que le asemeja tanto con el comportamiento<br />

del fóbíco. En el n egro hay una exacerbación afectiva, una rabia de sentirse<br />

pequeño, una incapacidad de toda comunión humana que se confinan en una intolerable<br />

insularidad.<br />

7 La sonrisa del negro, el grin, parece haber llamado la atención de muchos escritores. Esto es lo<br />

que dice Bernard Wolfe: «Nos complacemos en representar al negro con una amplia sonrisa al dirigirse<br />

a nosotros. Y su sonrisa, tal como la vemos (tal como la creamos) siempre significa un don ...». Dones<br />

sin fin a lo largo de carteles, pantallas de cine, etiquetas de alimentos..., el negro le da a M adame sus<br />

nuevas medias «teñidas de un criollo oscuro» de puro nylon, gracias a la casa de Vigny, sus frascos «grotescos»,<br />

«tortuosos», de agua de Colonia de Gollywogg y de perfumes. Limpiabotas, la ropa blanca<br />

como la nieve, literas bajas, cómodas, transporte rápido de equipajes; jazz jitterb u gjive, comedías y los<br />

cuentos fantásticos de Br’er Rabbitt para goce de los más pequeños. El servicio siempre sonriente...<br />

«Los negros -escribe un antropólogo (Geoffrey Gorer, The American People. A Study ín National Cha-<br />

racter, Nueva York, W. W. Norton & Company, 1948)-, son mantenidos en su actitud obsequiosa por<br />

las extremas sanciones del miedo y la fuerza, y eso es algo que tanto blancos como negros saben bien. Sin<br />

embargo, los blancos exigen que los negros se muestren sonrientes, ocupados y amistosos en todas sus<br />

relaciones con ellos [...]», Bernard Wolfe «L’Oncle Remus et son lapin», Le T em psM odernes 43, 1949,<br />

p. 888. [ed. orig. ingl.: «Unele Remus and the Malevolent Rabbit», Com mentary 8/1, 1949].<br />

8 René Etiemble, «Sur le M artinique de Michel Cournot», Les Temps M odernes 52, 1950.<br />

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