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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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lanco; y esta diferencia existe no solamente en la calle y en el bulevar, sino también<br />

en la Administración y el Ejército. Todo antillano que haya hecho su servicio militar<br />

en un regimiento de tirailleurs conoce esa sorprendente situación: por un lado,<br />

los europeos, antiguos colonos u oriundos, por otro, los tirailleurs. Nos recuerda a<br />

cierto día en el que, en plena acción, se plantea aniquilar un nido de ametralladoras.<br />

Tres veces fueron enviados los senegaleses y tres veces fueron rechazados. Entonces,<br />

uno de ellos pregunta por qué los toubabs no van. En esos momentos, no se sabe ya<br />

muy bien quién es quién, toubab o indígena. Sin embargo, para muchos antillanos,<br />

esta situación no se experimenta como sorprendente, sino, por el contrario, como<br />

del todo normal. ¡Sólo faltaría que se los asimilara a los negros! Los oriundos desprecian<br />

a los tirailleurs y el antillano reina sobre toda esta <strong>negra</strong>da como amo in-<br />

cuestionado. En el otro extremo aporto un hecho que, cuanto menos, es cómico:<br />

hace poco hablaba con un martinicano que me informó, enojado, de que algunos<br />

guadalupeños se hacían pasar por nosotros. Pero, añadía, enseguida uno se da cuenta<br />

del error, ellos son mucho más salvajes que nosotros. Traduzcan de nuevo: están<br />

más alejados del blanco. Se dice que el negro ama la cháchara; y cuando yo digo<br />

«cháchara» veo un grupo de niños jubilosos, lanzando al mundo llamadas inexpresivas<br />

y raucas; niños en pleno juego, en la medida en que el juego puede concebirse<br />

como iniciación a la vida. El negro ama la cháchara y el camino que conduce a esta<br />

nueva proposición no es largo: el negro no es sino un niño. Los psicoanalistas tienen<br />

aquí una buena ocasión de gol y el término «oralidad» se lanza enseguida.<br />

Pero nosotros tenemos que ir más lejos. El problema del lenguaje es demasiado<br />

capital como para aspirar a plantearlo aquí en su integridad. Los notables estudios<br />

de Piaget nos han enseñado a distinguir etapas en su aparición, y los de Gelb<br />

y Goldstein nos han demostrado que la función del lenguaje se distribuye en estadios,<br />

en grados. Aquí es el hombre negro frente a la lengua francesa lo que nos interesa.<br />

Queremos entender por qué le gusta tanto al antillano hablar francés.<br />

Jean-Paul Sartre, en su Introducción a la A nthologie d e la p oésie n égre et malgache,<br />

nos dice que el poeta negro dará la espalda a la lengua francesa, pero eso no es<br />

cierto en lo que respecta a los poetas antillanos. En esta cuestión somos de la opinión<br />

de Michel Leiris, que, hace poco tiempo, escribía a propósito del criollo:<br />

Todavía, en la actualidad, lengua popular que todos conocen más o menos, pero que<br />

sólo los iletrados hablan sin combinarla con el francés, de ahora en adelante el criollo pa­<br />

recía abocado a pasar, tarde o temprano, al estadio de supervivencia, a partir del mo­<br />

mento en que la instrucción (por lentos que sean sus progresos, entorpecidos por el nú­<br />

mero demasiado limitado de instalaciones escolares, la penuria en materia de lectura<br />

pública y el nivel a menudo demasiado bajo de la vida material) se difundiera de manera<br />

lo bastante general en las capas desheredadas de la población.<br />

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