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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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vestigador etnógrafo que sigue siendo muy a menudo nuestra insoportable forma<br />

de d evolverlos a su lugar [...]».<br />

En el mismo número de P résence africaine, Emile Dermenghem, que no es sospechoso<br />

de negrofobia escribe: «Uno de mis recuerdos de infancia es una visita a la<br />

Exposición Universal de 1900, en el curso de la cual mi principal preocupación era<br />

ver un negro. Mi imaginación estaba naturalmente excitada por las lecturas: Un capitán<br />

de quince años, Las aventuras d e R obert, Los viajes d e L ivingstone».<br />

Emile Dermenghem nos dice que aquello expresaba su gusto por el exotismo. Si<br />

bien estoy dispuesto, mis dos manos perdidas entre las suyas, a creer al Dermenghem<br />

que ha escrito el artículo, le pido permiso para dudar del Dermenghem de la Exposición<br />

de 1900.<br />

No querría retomar temas que se tratan desde hace cincuenta años. Escribir sobre<br />

las posibilidades de una amistad <strong>negra</strong> es una empresa generosa, pero desgraciadamente<br />

los negrófobos y otros príncipes consortes son impermeables a la generosidad.<br />

Cuando leemos: «Un n egro es un salvaje y para conducir a los salvajes no<br />

hay sino un método: la patada en las nalgas» pensamos, en nuestra mesa de trabajo,<br />

que «todas esas imbecilidades tienen que desaparecer». Pero hasta ahí todo el mundo<br />

está de acuerdo. Jacques Howlett, siempre en P résence africaine 5, escribe:<br />

Dos cosas, entre otras, contribuirán, parece, a este alejamiento del negro con el mundo<br />

del otro, sin común medida conmigo: el color de su piel y su desnudez, porque yo<br />

imaginaba al negro desnudo. Cierto, elementos superficiales (aunque no sabríamos decir<br />

hasta qué punto no continúan poblando nuestras nuevas ideas, nuestras concepciones<br />

revisadas) han podido recubrir en ocasiones a ese ser lejano, negro y desnudo, casi inexistente;<br />

tal es el buen negro tocado con fez y exhibiendo una amplia sonrisa fernande-<br />

lesca, símbolo de un desayuno chocolateado cualquiera, tal es también el valiente solda-<br />

dito senegalés «esclavo de la consigna», don Quijote sin grandeza, «héroe niño» de todo<br />

lo que surge de «la epopeya colonial»; tal es finalmente el negro «hombre que convertir»,<br />

«hijo sumiso» del misionero con barba.<br />

Jacques Howlett, en la continuación de su comunicación, nos dice haber hecho<br />

del negro, por reacción, el símbolo de la inocencia. Nos da la razón, pero estamos<br />

obligados a pensar que ya no tenía ocho años, porque nos habla de «mala conciencia<br />

de la sexualidad» y de «solipsismo». Yo estoy además convencido de que esta<br />

«inocencia para gran adulto», Jacques Howlett la ha dejado lejos, muy lejos, tras él.<br />

Sin ninguna duda, el testimonio más interesante es el de Michel Salomon. Se defienda<br />

como se defienda, apesta a racismo. El es judío, tiene «una experiencia milenaria<br />

con el antisemitismo» y sin embargo, es racista. Escuchadlo: «Pero negar<br />

que, por el hecho de su piel y su cabellera, de ese aura de sensualidad que (el negro)<br />

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