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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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ciudad, el salvaje contra el civilizado. Como se espera de un análisis del fracaso, su<br />

búsqueda de la grandeza del negro se topa con un punto muerto en un irónico momento<br />

de fusión, en concreto en el «Orphé Noir» de Sartre.<br />

La négritude, argumentaba Sartre, está muy relacionada con la reencarnación del<br />

mito de Orfeo, el cantor, músico y poeta, que desciende a los infiernos a rescatar a<br />

su amada Eurídice pero es advertido tras engatusar a Hades de que sólo podrá regresar<br />

con ella al mundo de la superficie si no mira hacia atrás. Pero Orfeo no puede<br />

contenerse, pierde a Eurídice, y para colmo, las bacantes enloquecidas, adoradoras<br />

del dios del vino, las mujeres y la tragedia, terminan haciéndolo trizas. Sartre<br />

trató de capturar poéticamente el «descenso» de los poetas de la négritude (el descenso<br />

a la negritud), que, argumenta, manifestaba una forma de racismo antirracista.<br />

Era racista porque afirmaba la superioridad <strong>negra</strong>. Sartre efectuó aquí un importante<br />

movimiento dialéctico, según el cual quizá la supremacía blanca sólo podría<br />

ser negada a través de la interpretación de su inferioridad. No obstante, Sartre señalaba<br />

que a través de este movimiento nace una conciencia revolucionaria. Desde<br />

el momento negativo que manifestaba la négritude («descenso»), el negro adquiere la<br />

posibilidad de «ascender» a una conciencia universal y revolucionaria, que, de<br />

acuerdo con Sartre, no es otra cosa que la lucha «universal» del proletariado, en una<br />

palabra, el marxismo.<br />

Fanón tropezaba, una y otra vez cambiaba de rumbo. El Principio de Realidad,<br />

con Sartre y con la sesgada iconografía de la negritud de Senghor, seguía<br />

siendo blanco.<br />

Cuando leí esa página [sobre el universalismo en «Orphé Noir»] sentí que me roba­<br />

ban mi última oportunidad. Declaré a mis amigos: «La generación de los jóvenes poetas<br />

negros acaba de llevarse un golpe que no perdona». Habíamos recurrido a un amigo de<br />

los pueblos de color y a este amigo no se le había ocurrido nada mejor que mostrar la re­<br />

latividad de sus acciones. Por una vez ese hegeliano nato había olvidado que la concien­<br />

cia necesita perderse en la noche de lo absoluto, única condición para llegar a la con­<br />

ciencia de sí. Contra el racionalismo, él recordaba el lado negativo, pero olvidando que<br />

esa negatividad extrae su valor de una absolutidad casi sustancial. La conciencia com­<br />

prometida en la experiencia ignora, debe ignorar, las esencias y las determinaciones de su<br />

ser (p. 127, Pn 108/55 133-134).<br />

Sintiendo que se le había hurtado su última oportunidad, reprende a Sartre por<br />

el impulso racionalista que profana una demandada e irónicamente platónica mentira.<br />

El reflejo es la sentencia de muerte del negro, precisamente aquello de lo que<br />

estaba tratando de escapar. Sartre, sugiere, debería haber apoyado su autoengaño,<br />

su búsqueda narcisista de la imagen deseada en el espejo, con el fin de ejemplificar<br />

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