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SIGMUND FREUD<br />
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impaciento y me marcho, ofendido. Me pongo un gabán, pero el primero que cojo me está<br />
<strong>de</strong>masiado largo. Al quitármelo, observo con sorpresa que está forrado <strong>de</strong> piel. Otro que<br />
cojo <strong>de</strong>spués tiene un largo bordado <strong>de</strong> dibujo turco. En esto viene un <strong>de</strong>sconocido, <strong>de</strong><br />
alargado rostro y perilla corta, y me impi<strong>de</strong> ponerme el gabán, alegando que es el suyo. Le<br />
muestro entonces que está bordado a la turca. Pero él me pregunta: '¿Qué le importan a<br />
usted <strong>los</strong> (bordados, dibujos) turcos...?' No obstante, permanecemos juntos en buena<br />
armonía.»<br />
En el análisis <strong>de</strong> este sueño recuerdo inesperadamente la primera novela que leí -<br />
tendría yo unos trece años-, empezándola por el final <strong>de</strong>l primer tomo. Nunca he sabido<br />
cómo se titulaba ni quién era su autor, pero, en cambio, conservo un vivo recuerdo <strong>de</strong> su<br />
<strong>de</strong>senlace. El protagonista pier<strong>de</strong> la razón y repite incansablemente <strong>los</strong> nombres <strong>de</strong> las tres<br />
mujeres que han significado la mayor felicidad y la más amarga <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> su vida.<br />
Pelagia es uno <strong>de</strong> estos nombres. No sé aún para qué podrá serme útil en el análisis este<br />
recuerdo. A las tres mujeres <strong>de</strong> mi sueño se asocian ahora las tres Parcas que tejen <strong>los</strong><br />
<strong>de</strong>stinos <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombres, y sé que una <strong>de</strong> las tres mujeres -en el sueño, la dueña <strong>de</strong> la casa-<br />
es la madre, que da la vida al hombre, y con ella, como a mí en este ejemplo, el primer<br />
alimento. En el seno femenino coinci<strong>de</strong>n el hambre y el amor. Una anécdota cuenta que un<br />
joven, gran admirador <strong>de</strong> la belleza femenina, exclamó al oír pon<strong>de</strong>rar la arrogancia <strong>de</strong> la<br />
nodriza que le había amamantado: «¡Lástima no haber podido aprovechar mejor la<br />
ocasión!» De esta anécdota me suelo servir par explicar el factor «posterioridad» en el<br />
mecanismo <strong>de</strong> las neurosis. Una <strong>de</strong> las Parcas mueve las manos una contra otra, como si<br />
estuviese haciendo albóndigas, ocupación singular para una Parca y que precisa <strong>de</strong> urgente<br />
esclarecimiento. Afortunadamente, nos lo proporciona en seguida otro recuerdo infantil aún<br />
más temprano. Teniendo yo seis años, mi madre, que procuraba ir dándome las primeras<br />
lecciones <strong>de</strong> cosas, me dijo que estábamos hechos <strong>de</strong> tierra y que, por ello, a la tierra<br />
habíamos <strong>de</strong> volver; cosa que me resistí a aceptar, manifestando mi incredulidad.<br />
Entonces, para convencerme, frotó mi madre las palmas <strong>de</strong> sus manos una contra<br />
otra, con movimiento idéntico al <strong>de</strong> quien hace albóndigas, y me mostró las negras escamas<br />
que <strong>de</strong> este modo quedan arrancadas <strong>de</strong> la epi<strong>de</strong>rmis como prueba <strong>de</strong> la tierra <strong>de</strong> que<br />
estamos hechos. Asombrado ante esta <strong>de</strong>mostración ad ocu<strong>los</strong>, me rendí a la enseñanza<br />
contenida en las palabras <strong>de</strong> mi madre, enseñanza que <strong>de</strong>spués había <strong>de</strong> hallar expresada en<br />
la frase <strong>de</strong> que «todos somos <strong>de</strong>udores <strong>de</strong> una muerte a la Naturaleza» . Así, pues, son<br />
verda<strong>de</strong>ramente las Parcas aquellas mujeres que encuentro al penetrar en la cocina en busca<br />
<strong>de</strong> alimento, como acostumbraba hacerlo <strong>de</strong> niño, cuando sentía apetito y me aconsejaba mi<br />
madre que esperase hasta que acabara ella <strong>de</strong> preparar la comida.<br />
Albóndigas. De por lo menos uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> profesores a cuya clase asistí en la<br />
Universidad, precisamente aquel al que <strong>de</strong>bo mis conocimientos histológicos (epi<strong>de</strong>rmis),<br />
tenía que recordar ante la palabra «albóndigas» (Knoedl) a una persona poco grata para él,<br />
como autora <strong>de</strong> un plagio <strong>de</strong> sus obras. Cometer un plagio, apropiarnos algo que hallamos a<br />
nuestro alcance, aunque no nos pertenezca, son temas que conducen a la segunda parte <strong>de</strong>l<br />
sueño, en la que se me tomó por el ladrón <strong>de</strong> gabanes que durante una temporada realizó<br />
numerosísimos hurtos <strong>de</strong> este género en <strong>los</strong> sitios <strong>de</strong> reunión pública. En el curso <strong>de</strong>l<br />
análisis se me ha venido a la pluma espontáneamente la palabra plagio, y observo ahora que<br />
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