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La interpretación de los sueños

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LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS<br />

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iba abarrotado y subí en un <strong>de</strong>partamento en el que viajaba un matrimonio <strong>de</strong> aspecto<br />

distinguido, pero que no tuvo la suficiente urbanidad para ocultar el <strong>de</strong>sagrado que mi<br />

intrusión le producía o no creyó que valía la pena disimularlo. Mi cortés saludo quedó<br />

incontestado: la señora, que se hallaba sentada al lado <strong>de</strong> su marido, <strong>de</strong> espaldas a la<br />

máquina, se apresuró a colocar su sombrilla en el asiento frontero junto a la ventanilla,<br />

cerró la puerta <strong>de</strong> golpe y, advirtiendo la mala impresión que me había producido la<br />

enrarecida atmósfera <strong>de</strong>l <strong>de</strong>partamento, pronunció unas frases malhumoradas sobre lo<br />

molesto que sería que alguien abriese las ventanillas. Según mi experiencia <strong>de</strong> viajero, esta<br />

<strong>de</strong>sconsi<strong>de</strong>rada conducta es característica <strong>de</strong> las personas que poseen billete <strong>de</strong> favor.<br />

En efecto, cuando vino el revisor y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> picar un billete, pagado sin rebaja<br />

alguna, se dirigió a mis compañeros <strong>de</strong> viaje, resonó una voz amenazadora: «Mi marido<br />

tiene pase.» <strong>La</strong> señora era una matrona <strong>de</strong> imponente aspecto y cara <strong>de</strong> vinagre. El marido<br />

no pronunció palabra alguna ni se movió en todo el tiempo. A pesar <strong>de</strong>l calor y <strong>de</strong>l<br />

enrarecimiento <strong>de</strong>l aire en el vagón, cerrado a piedra y lodo, logré dormirme. En mi sueño<br />

tomé tremenda venganza <strong>de</strong> mis <strong>de</strong>sagradables compañeros <strong>de</strong> viaje. No pue<strong>de</strong> imaginarse<br />

qué graves insultos y humillaciones se escon<strong>de</strong>n <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>los</strong> inconexos fragmentos <strong>de</strong> su<br />

primera mitad. Una vez satisfecha esta necesidad, se impone un segundo <strong>de</strong>seo: el <strong>de</strong><br />

cambiar el coche. El fenómeno onírico varía tantas veces la escena, sin que tales<br />

mutaciones nos extrañen, que la sustitución <strong>de</strong> mis poco amables compañeros por otros<br />

agradablemente recordados no me hubiera causado el menor asombro. Pero en el caso<br />

presente hay algo que se opone a la mutación <strong>de</strong> la escena y hace necesaria una explicación.<br />

¿Cómo es que me encuentro <strong>de</strong> repente en otro <strong>de</strong>partamento, si no recuerdo haber bajado<br />

<strong>de</strong>l primero? No pue<strong>de</strong> haber sino una explicación: Sin duda, he cambiado <strong>de</strong> coche<br />

durmiendo, suceso extraño, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, pero no sin ejemplo en <strong>los</strong> anales <strong>de</strong> la<br />

Neuropatología. Sabemos, en efecto, <strong>de</strong> enfermos neuróticos que empren<strong>de</strong>n viajes<br />

hallándose en un estado <strong>de</strong> obnubilación no revelado al exterior por signo alguno y que al<br />

recobrar la conciencia en un punto cualquiera <strong>de</strong>l trayecto se preguntan asombrados cómo<br />

han podido llegar hasta allí.<br />

De este modo explico en mi sueño mi conducta como uno <strong>de</strong> esos casos <strong>de</strong><br />

automatismo ambulatorio. El análisis permite una solución diferente. <strong>La</strong> tentativa <strong>de</strong><br />

explicación que tanto me impresiona, si he <strong>de</strong> atribuirla a la elaboración onírica, no es<br />

original, sino copiada <strong>de</strong> la neurosis <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> mis pacientes. Ya en otro lugar he relatado<br />

el caso <strong>de</strong> un individuo <strong>de</strong> gran cultura y extremadamente bondadoso que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la<br />

muerte <strong>de</strong> sus padres, comenzó a acusarse <strong>de</strong> experimentar ten<strong>de</strong>ncias homicidas,<br />

atormentándose con las medidas <strong>de</strong> precaución que se veía obligado a tomar para no<br />

hacerse reo <strong>de</strong> un crimen. Era éste un caso <strong>de</strong> graves representaciones obsesivas con plena<br />

conservación <strong>de</strong>l conocimiento. Siempre que salía a la calle se le imponía la obsesión <strong>de</strong><br />

darse cuenta <strong>de</strong> por dón<strong>de</strong> <strong>de</strong>saparecían <strong>los</strong> transeúntes que con él se cruzaban, y si alguno<br />

se escapaba a sus miradas, le quedaba la penosa sensación <strong>de</strong> que podía haberle asesinado.<br />

Entre otras, entrañaba este caso una fantasía fratricida, pues «todos <strong>los</strong> hombres son<br />

hermanos». Dada la imposibilidad <strong>de</strong> llevar a cabo la labor a que su obsesión le obligaba,<br />

renunció el enfermo a salir y se pasaba la vida encerrado en su casa. Pero aun así no le fue<br />

posible hallar la tranquilidad, pues cada vez que leía en <strong>los</strong> periódicos la noticia <strong>de</strong> un<br />

crimen <strong>de</strong>spertaba en su conciencia la sospecha <strong>de</strong> haber sido él el homicida. <strong>La</strong> convicción<br />

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