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La interpretación de los sueños

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LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS<br />

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Quizá opongan aquí algunos <strong>de</strong> mis lectores la objeción <strong>de</strong> que aun aceptando <strong>los</strong><br />

impulsos hostiles <strong>de</strong> <strong>los</strong> niños contra sus hermanos, no es posible que el espíritu infantil<br />

alcance el grado <strong>de</strong> maldad que supone <strong>de</strong>sear la muerte a sus competidores, como si no<br />

hubiera más que esta máxima pena para todo <strong>de</strong>lito. Pero <strong>los</strong> que así piensan no reflexionan<br />

que el concepto <strong>de</strong> «estar muerto» no tiene para el niño igual significación que para<br />

nosotros. El niño ignora por completo el horror <strong>de</strong> la putrefacción, el frío <strong>de</strong>l sepulcro y el<br />

terror <strong>de</strong> la nada eterna, representaciones todas que resultan intolerables para el adulto,<br />

como nos lo <strong>de</strong>muestran todos <strong>los</strong> mitos «<strong>de</strong>l más allá». Desconoce el miedo a la muerte, y<br />

<strong>de</strong> este modo juega con la terrible palabra amenazando a sus compañeros. «Si haces eso<br />

otra vez te morirás, como se murió Paquito», amenaza que la madre escucha con horror,<br />

sabiendo que más <strong>de</strong> la mitad <strong>de</strong> <strong>los</strong> nacidos no pasan <strong>de</strong> <strong>los</strong> años infantiles. De un niño <strong>de</strong><br />

ocho años sabemos que al volver <strong>de</strong> una visita al Museo <strong>de</strong> Historia Natural dijo a su<br />

madre: «Te quiero tanto, que cuando mueras mandaré que te disequen y te tendré en mi<br />

cuarto para po<strong>de</strong>r verte siempre.» ¡Tan distinta es <strong>de</strong> la nuestra la infantil representación <strong>de</strong><br />

la muerte!.<br />

«Haber muerto» significa para el niño, al que se evita el espectáculo <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

sufrimientos, <strong>de</strong> la agonía, tanto como «haberse ido» y no estorbar ya a <strong>los</strong> supervivientes,<br />

sin que establezca diferencia alguna entre las causas -viaje o muerte- a que la ausencia<br />

pueda obe<strong>de</strong>cer. Cuando en <strong>los</strong> años prehistóricos <strong>de</strong> un niño es <strong>de</strong>spedida su niñera y<br />

muere a poco su madre, quedan ambos sucesos superpuestos para su recuerdo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una<br />

misma serie, circunstancia que el análisis nos <strong>de</strong>scubre en gran número <strong>de</strong> casos. <strong>La</strong> poca<br />

intensidad con que <strong>los</strong> niños echan <strong>de</strong> menos a <strong>los</strong> ausentes ha sido comprobada, a sus<br />

expensas, con muchas madres, que al regresar <strong>de</strong> un viaje <strong>de</strong> algunas semanas oyen que sus<br />

hijos no han preguntado ni una sola vez por ellas. Y cuando el viaje es a «aquella tierra<br />

ignota <strong>de</strong> la que jamás retorna ningún viajero» <strong>los</strong> niños parecen, al principio, haber<br />

olvidado a su madre, y sólo posteriormente comienzan a recordarla. Así, pues, cuando el<br />

niño tiene motivos para <strong>de</strong>sear la ausencia <strong>de</strong> otro carece <strong>de</strong> toda retención que pudiese<br />

apartarla <strong>de</strong> dar a dicho <strong>de</strong>seo la forma <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> su competidor, y la reacción<br />

psíquica al sueño <strong>de</strong> <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> muerte prueba que, no obstante las diferencias <strong>de</strong> contenido,<br />

en el niño es tal <strong>de</strong>seo idéntico al que en igual sentido pue<strong>de</strong> abrigar el adulto. Pero si este<br />

infantil <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> <strong>los</strong> hermanos queda explicado por el egoísmo <strong>de</strong>l niño, que<br />

no ve en el<strong>los</strong> sino competidores, ¿cómo explicar igual optación con respecto a <strong>los</strong> padres,<br />

que significan para él una inagotable fuente <strong>de</strong> amor y cuya conservación <strong>de</strong>biera <strong>de</strong>sear,<br />

aun por motivos egoístas, siendo como son <strong>los</strong> que cuidan <strong>de</strong> satisfacer sus necesida<strong>de</strong>s?<br />

<strong>La</strong> solución <strong>de</strong> esta dificultad nos es proporcionada por la experiencia <strong>de</strong> que <strong>los</strong><br />

<strong>sueños</strong> <strong>de</strong> este género se refieren casi siempre, en el hombre, al padre, y en la mujer, a la<br />

madre; esto es, al inmediato ascendiente <strong>de</strong> sexo igual al <strong>de</strong>l sujeto. No constituye esto una<br />

regla absoluta, pero sí predomina suficientemente para impulsarnos a buscar su explicación<br />

en un factor <strong>de</strong> alcance universal. En términos generales, diríamos, pues, que suce<strong>de</strong> como<br />

si <strong>de</strong>s<strong>de</strong> edad muy temprana surgiese una preferencia sexual; esto es, como si el niño<br />

viviese en el padre y la niña en la madre, rivales <strong>de</strong> su amor, cuya <strong>de</strong>saparición no pudiese<br />

serles sino ventajosa. Antes <strong>de</strong> rechazar esta i<strong>de</strong>a, tachándola <strong>de</strong> monstruosa, <strong>de</strong>berán<br />

examinarse atentamente las relaciones afectivas entre padres e hijas, comprobando la<br />

indudable diferencia existente entre lo que la evolución civilizadora exige que sean tales<br />

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