Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
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-De aquí a tres días, según dice, y no solo. Yo no sé cuánta gente traerá consigo,<br />
pero ordena que se preparen los mejores dormitorios y que se limpien los salones y la<br />
biblioteca. Es necesario que yo busque alguna ayudante de cocina y alguna asistenta en la<br />
posada de George en Millcote y donde se pueda. Además, las señoras traen sus doncellas y<br />
los señores sus criados. Así que vamos a tener la casa llena.<br />
Mrs. Fairfax terminó, pues, su desayuno y se apresuró a preparar todo lo necesario.<br />
Aquellos tres días hubo mucho ajetreo. Yo creía que todos los aposentos de<br />
Thornfield estaban arreglados y limpios, pero entonces descubrí que me engañaba. Tres<br />
mujeres fueron contratadas para ayudar en las tareas, y hubo fregado, barrido, sacudido de<br />
alfombras, limpieza de espejos, preparación de chimeneas y lavado de ropas de cama, como<br />
no viera en mi vida. Adèle estaba encantada con los preparativos y con la perspectiva de los<br />
invitados que iban a venir. Hizo que Sophie reparase todas sus toilettes, según llamaba a<br />
los vestidos, para arreglar aquellos que estuvieran passées. Por su parte no hizo nada, sino<br />
saltar en las alcobas, brincar en las camas, tenderse en los colchones y apilar almohadas<br />
ante las chimeneas. Le dimos vacaciones, porque Mrs. Fairfax había requerido mi ayuda y<br />
yo pasaba el día en la despensa con ella y con la cocinera, aprendiendo a hacer flanes y<br />
natillas, a preparar empanadillas de queso y dulces a la francesa, a mechar carne y a<br />
guarnecer platos de postre. Se esperaba a los invitados la tarde del jueves, y se contaba que<br />
cenaran a las seis. Durante todo aquel período no tuve tiempo de imaginar quimeras y<br />
estuve más activa y alegre que nadie, excepto Adèle. No obstante, de vez en cuando, a<br />
despecho de mí misma, me dejaba arrastrar con el pensamiento a la región que originaba<br />
mis dudas, suposiciones y conjeturas sombrías. Esto sucedía cuando veía abrirse la puerta<br />
de la escalera del tercer piso y aparecer a Grace Poole, con su cofia almidonada y su<br />
delantal blanco, deslizándose por la galería con su paso tranquilo, mirando el interior de los<br />
revueltos dormitorios, y diciendo alguna palabra a los asistentes a propósito de la limpieza,<br />
del polvo de las chimeneas, del modo de quitar las manchas de las paredes empapeladas...<br />
Grace bajaba a comer a la cocina una vez al día, fumaba una pipa junto al fogón y se<br />
marchaba llevándose a su guarida, para su solaz, una voluminosa jarra de cerveza. Sólo una<br />
hora del día pasaba con los demás sirvientes; el resto estaba en su habitación del piso alto,<br />
acaso riendo con aquella terrible risa suya, y tan solitaria como un prisionero en su celda.<br />
Lo más raro de todo era que nadie de la casa, excepto yo, parecía reparar en sus<br />
costumbres ni asombrarse de ellas. Nadie discutía cuál era su misión ni manifestaba<br />
compasión por su soledad. Una vez, sin embargo, sorprendí una conversación entre Leah y<br />
una de las asistentas, a propósito de Grace. Leah había dicho algo que no pude oír, y la<br />
asistenta contestaba:<br />
-Debe ganar buen sueldo, ¿no?<br />
-Sí -dijo Leah-. No es que yo esté descontenta de lo que gano, porque no es poco,<br />
pero ¡ya quisiera tener el sueldo de Grace! El mío no llega ni a la quinta parte del suyo.<br />
Cada trimestre va al Banco de Millcote a guardar dinero. No me asombraría que tuviese ya<br />
bastante para vivir si deseara dejar de trabajar, pero debe de estar acostumbrada a la casa, y<br />
como aún no tiene cuarenta años y está muy fuerte, seguramente piensa que todavía no<br />
es tiempo de retirarse...<br />
<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />
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