Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
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Puso sus rugosos y bastos dedos en los míos, sonrió y desde entonces fuimos<br />
amigas.<br />
A Hannah le gustaba mucho la charla. Mientras yo escogía la fruta y ella amasaba la<br />
harina para los pastelillos me dio amplios detalles sobre sus difuntos señores y sobre los<br />
niños, como llamaba a los jóvenes.<br />
Según sus informes, el viejo Mr. Rivers pertenecía a una antigua familia y era todo<br />
un caballero, aunque muy llano en su trato. Marsh End pertenecía a los Rivers desde que se<br />
construyera, más de doscientos años atrás. Y aunque fuese una casa muy modesta<br />
comparada con la magnífica residencia de los Oliver, en el valle de Morton, ella recordaba<br />
bien la época en que el padre de Bill Oliver trabajaba como jornalero en una fábrica de<br />
agujas, mientras que los Rivers eran hidalgos desde los tiempos del rey Enrique, como<br />
constaba en los archivos de la parroquia de Morton. Sin embargo, a Mr. Rivers, hombre<br />
muy sencillo, le gustaba cazar, ocuparse en la labranza «y todo eso». La señora había sido<br />
diferente. Leía mucho, estudiaba mucho y sus hijos habían «salido a ella». En la comarca<br />
no existía quien les igualase. El señorito John, al salir del colegio, se ordenó de sacerdote, y<br />
las muchachas, al dejar la escuela, se colocaron como institutrices, porque su padre había<br />
perdido, años atrás, mucho dinero en una quiebra y ellas tenían que ganarse la vida. Les<br />
gustaba mucho aquel sitio, y aunque solían vivir en Londres y otras grandes ciudades,<br />
afirmaban que ninguna les complacía tanto como Moor House. Se encontraban allí ahora<br />
pasando unas semanas con motivo de la muerte de su padre. Según Hannah, los tres<br />
miembros supervivientes de la familia vivían en una unión admirable entre sí.<br />
Una vez terminada mi tarea con las uvas, pregunté dónde se hallaban los tres<br />
hermanos en aquel momento. -Se han acercado a Morton dando un paseo, pero volverán de<br />
aquí a media hora, para el té.<br />
Regresaron, en efecto, cuando ella dijo, entrando por la puerta de la cocina. John, al<br />
verme, se inclinó y siguió adelante. Las jóvenes se entretuvieron conmigo. Mary, en pocas<br />
palabras, me expresó el agrado que le causaba verme restablecida. Diana me tomó la mano<br />
y movió la cabeza.<br />
-Debía de haber esperado que fuese yo para ayudarla a bajar ¡Qué pálida y qué<br />
delgada se ha quedado usted, pobrecita!<br />
La voz de Diana sonaba en mi oído tan dulce como el arrullo de una paloma. Me<br />
encantaba la mirada de sus ojos, la expresión de su faz. Mary, de aspecto igualmente<br />
inteligente, de rostro igualmente bello, era más reservada, menos expansiva, aunque<br />
muy amable. Diana hablaba y miraba con cierta autoridad. Evidentemente, era una<br />
mujer voluntariosa. Y estaba en mi carácter aceptar con gusto una autoridad tan suave<br />
como la suya y plegarme, hasta donde mi dignidad me lo permitiese, a una voluntad<br />
más enérgica que la mía.<br />
-¿Por qué está aquí? -preguntó-. Éste no es el sitio adecuado para usted: Mary y<br />
yo nos sentamos a veces junto al fogón, pero nosotras estamos en casa y tenemos<br />
derecho a no andar con cumplidos. Pero usted es una visitante y debe estar en el salón.<br />
-Me encuentro muy bien aquí.<br />
-No lo creo. Hannah está amasando y llenándola de harina.<br />
<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />
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