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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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odeado de musgo. Las ventanas de la casa eran enrejadas y angostas, y la fachada,<br />

estrecha y mezquina. Como me dijera el posadero, Ferndean era un desolado lugar.<br />

Reinaba el silencio, como en una iglesia inglesa un día no festivo. El único rumor que<br />

se sentía era el de la lluvia.<br />

«¿Es posible viva alguien aquí?», me pregunté.<br />

Sí; vivía alguien. La puerta se abrió lentamente y una figura apareció sobre la<br />

escalera de acceso. Extendió la mano como para comprobar si llovía. A pesar de la<br />

oscuridad, le reconocí. Era mi amado Edward Fairfax Rochester en persona.<br />

Detuve mis pasos, contuve la respiración y le contemplé, ya que él, ¡ay!, no<br />

podía contemplarme. En aquel encuentro el entusiasmo quedaba reprimido por la pena.<br />

No me fue difícil ahogar la exclamación que acudía a mi garganta, ni paralizar mi<br />

impulso de lanzarme hacia Edward.<br />

Su figura tenía el porte erguido de siempre, su cabello seguía siendo negro y sus<br />

facciones no estaban nada alteradas por el transcurso de un año de penas, gracias a su<br />

constitución vigorosa. Y, sin embargo, se apreciaba un cambio en él. Una fiera<br />

mutilada, un águila enjaulada a la que se hubiesen arrancado los ojos podrían dar una<br />

idea de la apariencia de aquel Sansón ciego.<br />

Mas si imaginas, lector, que sentí temor de él, me conoces poco. No; yo<br />

experimentaba la dulce esperanza de depositar un beso en aquella frente de roca y en<br />

aquellos labios ásperamente cerrados. Pero no quería abordarle aún.<br />

Descendió un escalón y avanzó, lento, hacia el sendero. Luego se detuvo, alzó la<br />

mano, abrió los párpados y, como haciendo un esfuerzo desesperado, dirigió<br />

sucesivamente los ojos al cielo y a los árboles. Mas se comprendía que ante aquellos<br />

ojos no se extendía más que el vacío y la sombra. Extendió la mano izquierda (llevaba<br />

la derecha, que era la amputada, en el bolsillo) como para cerciorarse de si había algo<br />

ante él. Pero los árboles estaban aún a varias yardas de distancia. Se paró bajo la lluvia,<br />

que mojaba su cabeza descubierta. En aquel momento apareció John, no sé por dónde.<br />

-¿Quiere que le dé el brazo, señor? -preguntó-. Llueve mucho y vale más que<br />

vuelva a casa. -Déjeme solo -dijo Rochester.<br />

John se retiró sin verme. Rochester trató de pasear, a tientas, pero le fue<br />

imposible y al fin regresó al edificio y entró, cerrando la puerta.<br />

dije.<br />

Me acerqué y llamé. La mujer de John salió a abrir. -¿Cómo está usted, Mary? -<br />

Me miró como si yo fuera un fantasma. La tranquilicé. Exclamó:<br />

-¿Es posible, señorita, que haya venido sola a un sitio como éste, a estas horas?<br />

Le contesté tomando su mano y siguiéndola a la cocina, donde John se hallaba<br />

sentado junto al fuego. Les indiqué, en pocas palabras, cómo me había informado de lo<br />

ocurrido en Thornfield y añadí que venía a visitar a Mr. Rochester. Rogué a John que<br />

fuese a la casilla de camineros donde había despedido el coche, a buscar mi equipaje;<br />

pregunté a Mary, mientras me quitaba el sombrero y el chal, si podía instalarme en la<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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