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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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la superioridad de Blanche, la hubiese admirado durante el resto de mis días, con tanta<br />

más admiración cuanto mayor fuera su superioridad. Pero la realidad era que los<br />

esfuerzos de la señorita Ingram para seducir a Mr. Rochester fallaban, aunque ella<br />

misma no lo notase, y que, si insistía en sus propósitos, lo hacía estimulada por su<br />

orgullo y por su amor propio.<br />

Yo presentía que si tales flechas lanzadas sobre Rochester hubieran sido<br />

arrojadas por mano más segura, habrían alcanzado su corazón, hecho asomar el amor a<br />

sus ojos, la dulzura a su sarcástico semblante y, en todo caso, aun sin estas<br />

manifestaciones externas, habrían ganado una batalla silenciosa pero segura.<br />

«¿Por qué no habría yo de poder influirle más, estando moralmente más cerca de<br />

él? -me pregunté-. Bien seguro es que ella no le ama o, al menos, le ama sin afecto<br />

profundo. De ser así, no precisaría dar tan artificiales muestras de interés. A mi juicio,<br />

sobran tantas manifestaciones externas; podría estar más tranquila: hablar y gesticular<br />

menos. Si ahora precisa esas malas artes para atraerle, ¿a qué apelará cuando estén<br />

casados? No creo que ella le haga feliz y, sin embargo, él podría serlo y sabría hacer a<br />

su esposa la más dichosa mujer del mundo.»<br />

No formulaba censura alguna contra Mr. Rochester al considerar aquel probable<br />

matrimonio por interés. Al principio me extrañó suponer en él tal intención, ya que le<br />

creía un hombre ajeno a los prejuicios vulgares respecto a la elección de mujer, pero cuanto<br />

más consideraba la posición, educación, etc., de los interesados, menos censurable me parecía<br />

que realizasen un acto acorde con los principios que les fueran imbuidos desde la infancia y<br />

comunes a todos los de su clase, aunque yo no pudiera comprenderlos. Me parecía que, si yo<br />

hubiese sido un hombre en el caso de Rochester, sólo me hubiera casado con una mujer a<br />

quien amase, pero a la vez admitía que las evidentes ventajas que en pro de la felicidad<br />

matrimonial debía ofrecer una determinación así podían estar contrapesadas por razones que<br />

yo ignoraba en absoluto, aun cuando hubiera deseado que todo el mundo obrase como yo<br />

pensaba.<br />

En estas reflexiones prescindía de los aspectos malos del carácter de Rochester. Su<br />

desagradable sarcasmo, su dureza, me parecían picantes condimentos de un excelente manjar.<br />

Y si su presencia era en algún sentido ingrata, su ausencia hacia la vida insípida para mí.<br />

Consideraba dichosa a Miss Ingram, porque iba a poder asomarse a los abismos del carácter<br />

de aquel hombre y sondearlos.<br />

Mientras yo no tenía ojos más que para Rochester y su futura esposa, el resto de los<br />

invitados se ocupaban en sí mismos. Las señoras Lynn e Ingram mantenían un grave debate.<br />

De vez en cuando movían sus turbantes, agitaban sus cuatro manos en análogos ademanes de<br />

asombro, secreto u horror, sin duda relativos al tema que trataban. Parecían dos magníficas<br />

muñecas. La amable señora Dent hablaba con la bondadosa Mrs. Eshton, y a veces una y otra<br />

me dirigían una palabra o una sonrisa afectuosa. Sir George Lynn, el coronel Dent y Mr.<br />

Eshton discutían de política, de asuntos del condado o de temas judiciales. Lord Ingram<br />

cortejaba a Amy Eshton. Louisa cantaba y tocaba con uno de los Lynn, y Mary Ingram<br />

escuchaba con languidez la galante conversación del otro. De vez en vez, todos suspendían<br />

unánimemente su charla para escuchar y observar a los principales actores: Rochester y<br />

Blanche Ingram, que eran, en efecto, el cuerpo y alma de la reunión. Si él faltaba un rato del<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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