Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
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Miré hacia donde la campana sonaba y, entre pintorescas colinas, distinguí una aldea<br />
y un campanario. A mi derecha se extendía un valle cubierto de prados, maizales y bosques.<br />
Un arroyo zigzagueaba entre árboles, praderas y campos de cereal. Una carreta pesadamente<br />
cargada subía la colina y, no lejos, pastaban dos vacas, vigiladas por su pastor.<br />
A cosa de las dos, entré en la aldea. A la entrada de una de sus calles había una<br />
tiendecita en cuyo escaparate se exhibían varios panecillos. Deseé uno de ellos con verdadera<br />
codicia. Pensaba que comiéndolo adquiriría energías, sin las cuales me sería difícil continuar<br />
adelante. El deseo de readquirir mi fuerza y mi vigor había renacido en mí en cuanto me hallé<br />
en contacto con mis semejantes. Hubiera sido muy degradante desmayarme de inanición en la<br />
calle de una aldea. ¿No llevaba nada sobre mí que ofrecer a cambio de uno de aquellos<br />
panecillos? Medité. Poseía un pañolito de seda, puesto al cuello, y los guantes. Muy duro era<br />
hablar a nadie del extremo de necesidad en que me encontraba, y muy probablemente nadie<br />
querría aquellas pobres prendas, pero resolví intentarlo.<br />
Entré en la tienda. En ella había una mujer. Viendo a una persona decentemente<br />
vestida, una señora como sin duda supuso, avanzó atentamente hacia mí. ¿En qué podía<br />
servirme?, se apresuró a preguntar. La vergüenza me invadió, no acertaba a decir las<br />
palabras que había preparado y comprendí, además, lo absurdo de la proposición que<br />
iba a hacer. Le pedí, pues, solamente permiso para sentarme unos minutos, porque me<br />
hallaba fatigada. Disgustada al ver que su supuesta cliente no era tal, accedió fríamente<br />
a mi ruego, señalándome una silla. Sentí ganas de llorar, pero, comprendiendo lo<br />
inoportuno de tal manifestación, me contuve. Luego le pregunté si en el pueblo había<br />
alguna costurera.<br />
-Sí, dos o tres. Las necesarias para la aldea. Reflexioné. Me hallaba cara a cara<br />
con la necesidad, sin recursos, sin un amigo. Era preciso hacer algo. ¿Qué? Lo que<br />
fuera. Pero ¿dónde?<br />
-¿Conoce a alguna persona de la vecindad que necesite criada?<br />
-No.<br />
-¿Cuál es la industria principal de aquí? ¿A qué se dedica la gente?<br />
-Muchos son labradores y otros trabajan en la fábrica de agujas de Mr. Oliver.<br />
-¿Emplea mujeres Mr. Oliver? -No; sólo hombres.<br />
-¿Pues qué hacen las mujeres de este lugar?<br />
-No sé -contestó-. Unas una cosa, otras otra... Los pobres se arreglan siempre<br />
como pueden.<br />
Parecía molesta por mis preguntas. Además, ¿qué derecho tenía yo a<br />
importunarla? Luego entraron algunos vecinos. Mi silla era necesaria. Me despedí.<br />
Recorrí la calle mirando a derecha e izquierda cuantas casas encontraba, pero sin<br />
hallar pretexto para entrar en ninguna. Vagué por el pueblo más de una hora. Exhausta,<br />
experimentando la imperiosa necesidad de comer, me senté al borde de un sendero y allí<br />
permanecí largo rato. Luego me levanté y me dirigí hacia una linda casita, con un jardín<br />
delante, que se hallaba al final del camino. ¿Para qué me aproximaba a aquella blanca<br />
puerta, ni qué interés habían de tener sus habitantes en servirme? Sin embargo, llamé.<br />
<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />
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