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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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arbarismo!- unos bombones de chocolate y contemplando los elegantes carruajes que se<br />

dirigían por la calle hacia la cercana ópera, vi llegar uno, tirado por dos caballos ingleses,<br />

en el que reconocí el que regalara a Céline. Mi bella volvía. El corazón me latió con<br />

impaciencia. La puerta del hotel se abrió y mi hermosa bajó del coche: la reconocí, a pesar<br />

de ir cubierta por un abrigo, innecesario en aquella cálida noche de junio, por sus piececitos<br />

que aparecían bajo el vestido. Me incliné sobre la barandilla y ya iba a exclamar: «¡Ángel<br />

mío!», cuando me detuve al ver otra figura, también envuelta en un gabán, que descendía<br />

del coche después de Céline y que pasaba, con ella, bajo la puerta cochera del hotel.<br />

»¿Nunca ha sentido usted celos, Miss <strong>Eyre</strong>? Es superfluo preguntarlo. No los ha<br />

sentido, puesto que no ha amado aún. Hay sentimientos que no ha experimentado usted<br />

todavía... Usted imagina que toda la vida fluirá para usted mansamente como hasta ahora.<br />

Flota usted en la corriente de la vida con los ojos cerrados y los oídos obstruidos, y no ve<br />

las rocas que se encuentran al paso. Pero -no lo olvide- le aseguro que vendrá un día en que<br />

llegue usted a un lugar del río en que los remolinos de la corriente la arrastren, la golpeen<br />

contra los peñascos, en medio de tumultos y peligros, hasta que una gran ola la impulse<br />

hacia una nueva corriente más calmada, como me pasa a mí ahora...<br />

»Me complace este día, me complace este cielo plomizo, me gusta este paisaje<br />

helado. Me gusta Thornfield, por su antigüedad, por su soledad, por sus árboles y sus<br />

espinos, por su fachada parda y sus hileras de oscuras ventanas en cuyos cristales se refleja<br />

el cielo plomizo... ¡Y a la vez aborrezco hasta el pensamiento de pensar en Thornfield,<br />

huyo de él como de una casa apestada! ¡Cuánto lo aborrezco!<br />

Rechinó los dientes y calló. Se detuvo un momento y golpeó violentamente con el<br />

pie el suelo endurecido por la escarcha.<br />

Íbamos subiendo por una avenida dominada por el edificio. Rochester contemplaba<br />

el almenar con una mirada como no le viera hasta entonces, y en la que se reflejaban el<br />

dolor, la vergüenza, la ira, la impaciencia, el disgusto y el odio, todo ello brotando<br />

simultáneamente. La ferocidad predominaba en aquella expresión de sus sentimientos, pero<br />

al fin otro sentimiento, algo que podría calificarse de duro y cínico, triunfó sobre sus demás<br />

pasiones, dominándolas y petrificando su mirada.<br />

-Durante este rato en que he permanecido silencioso, señorita -continuó-, discutía<br />

cierto extremo con mi hado, que se me apareció como una de las brujas de Macbeth. «¿Te<br />

gusta Thornfield?», me preguntó, mientras trazaba, con sus dedos, jeroglíficas figuras a lo<br />

largo de la fachada, desde las ventanas más altas a las más bajas. «¿Te atreves a decir que te<br />

gusta?» «Me atrevo», contesté... Y mantendré lo dicho, romperé los obstáculos que se<br />

opongan a la felicidad y a la bondad..., sí, a la bondad... Quiero ser un hombre mejor de lo<br />

que he sido... Y...<br />

Adèle apareció en aquel momento. Rochester gritó con rudeza:<br />

-¡No te acerques, niña; vete con Sophie!<br />

Yo traté de conducirle al punto en que había interrumpido su relato.<br />

-¿Se quitó usted del balcón cuando entró aquella señorita?<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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