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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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Sam desapareció de nuevo y la expectación y la curiosidad aumentaron.<br />

-Ya está allí -dijo el criado al volver- y desea saber quién será el primero que<br />

la consulte.<br />

Dent.<br />

-Creo que será mejor que vaya yo antes que las señoras -indicó el coronel<br />

-Dígala que va a ir un caballero, Sam.<br />

Sam se fue y volvió.<br />

-Dice, señor, que no quiere ver a ningún caballero, que no desea que éstos se tomen<br />

la molestia de ir a verla, ni -añadió, reprimiendo la risa- tampoco las señoras, sino sólo las<br />

jovencitas y una a una.<br />

-¡Por Júpiter, que tiene buen gusto! -exclamó Henry Lynn.<br />

Blanche Ingram se levantó solemnemente y dijo, con el acento que hubiera<br />

empleado el jefe de un ejército lanzándose a la vanguardia de sus hombres cuando todo<br />

parecía estar perdido:<br />

-Yo iré.<br />

-¡Oh, cariño mío, espera, reflexiona... ! -gritó su madre. Pero en vano, ya que su hija<br />

pasó ante ella en orgulloso silencio, cruzó la puerta que Dent abrió y la sentimos entrar en<br />

la biblioteca.<br />

Siguió un relativo silencio. Mrs. Ingram se creyó obligada a retorcerse las manos<br />

con desesperación. Mary declaró que ella no osaría aventurarse a tal cosa. Amy y Louisa<br />

Eshton reían por lo bajo y parecían un tanto asustadas.<br />

Los minutos pasaban lentamente: quince transcurrieron antes de que la puerta de la<br />

biblioteca tornara a abrirse. Blanche volvió al salón.<br />

¿Se reiría? ¿Consideraría aquello como un juego? Los ojos convergieron en ella con<br />

curiosidad y ella correspondió con una mirada fría. No parecía contenta. Se dirigió a su<br />

asiento y lo ocupó otra vez, sin decir nada.<br />

-¿Y qué, Blanche? -preguntó Lord Ingram. -¿Qué te ha dicho, hermana? -preguntó<br />

Mary. -¿Qué piensa usted? ¿Qué le ha parecido? ¿Es una verdadera adivina? -inquirió Mrs.<br />

Eshton.<br />

-¡Voy, voy! -repuso Blanche-. ¡No me metan tanta prisa! Veo que sus instintos de<br />

credulidad y asombro se excitan fácilmente. Por la importancia que ustedes parecen dar a<br />

eso, se diría que tenemos en casa una auténtica bruja en combinación con el viejo señor del<br />

castillo. No he visto más que a una gitana vagabunda, que me ha examinado la palma de la<br />

mano y que me ha dicho lo que tales gentes suelen decir siempre. Y ahora que mi capricho<br />

ha sido satisfecho plenamente, creo que Mr. Eshton hará bien en meter en el calabozo a esa<br />

mujer mañana, como antes dijo.<br />

Cogió un libro, se recostó en su silla y renunció a toda conversación. La examiné<br />

durante media hora. En todo el tiempo no volvió ni una página y su rostro se puso<br />

gradualmente más sombrío, más desabrido, más disgustado. Era notorio que no había oído<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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