Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
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Fairfax y en Adèle, pero creía en otra clase de bondad más calurosa, más apasionada, que<br />
deseaba conocer.<br />
Sin duda habrá muchos que me censuren considerándome una perenne<br />
descontenta. Pero yo no podía evitarlo: era algo consustancial conmigo misma. Cuando<br />
sentía con mucha intensidad aquellas impresiones, mi único alivio consistía en subir al<br />
tercer piso, pasear a lo largo del pasillo y dejar que mi imaginación irguiese ante mí, en la<br />
soledad, un cuento maravilloso que nunca acababa: la narración, llena de color, fuego y<br />
sensaciones, de la existencia que yo deseaba vivir y no vivía.<br />
Es inútil aconsejar calma a los humanos cuando experimentan esa inquietud que<br />
yo experimentaba. Si necesitan acción y no la encuentran, ellos mismos la inventarán.<br />
Hay millones de seres condenados a una suerte menos agradable que la mía de aquella<br />
época, y esos millones viven en silenciosa protesta contra su destino. Nadie sabe cuántas<br />
rebeliones, aparte de las políticas, fermentan en los ánimos de las gentes. Se supone<br />
generalmente que las mujeres son más tranquilas, pero la realidad es que las mujeres<br />
sienten igual que los hombres, que necesitan ejercitar sus facultades y desarrollar sus<br />
esfuerzos como sus hermanos masculinos, aunque ellos piensen que deben vivir reducidas<br />
a preparar budines, tocar el piano, bordar y hacer punto, y critiquen o se burlen de las que<br />
aspiran a realizar o aprender más de lo acostumbrado en su sexo.<br />
En aquellos paseos por el tercer piso, era frecuente oír las carcajadas de Grace<br />
Poole, que tan mal efecto me hicieran el primer día. A las carcajadas se unían con<br />
frecuencia extraños murmullos, todavía más raros que su risa. Había días en que Grace<br />
permanecía silenciosa del todo, pero otros hacía aún más ruido del corriente. En<br />
ocasiones yo la veía salir o entrar en su cuarto llevando, ora una jofaina, ora una bandeja<br />
o un plato, ora (perdona, lector romántico, que te diga la verdad desnuda) un gran jarro de<br />
cerveza. Su aspecto vulgar disipaba inmediatamente la curiosidad que sus carcajadas<br />
producían. Intenté algunas veces entablar conversación con ella, pero Grace parecía<br />
persona de pocas palabras. Solía contestarme con monosílabos que cortaban todo<br />
propósito de seguir la charla.<br />
Los demás habitantes de la casa: John y su mujer, Leah la doncella y Sophie la<br />
niñera, eran gentes corrientes. A veces, yo hablaba en francés con Sophie y le hacía<br />
preguntas sobre asuntos referentes a su país; pero ella tenía muy escasas dotes de<br />
narradora y sus respuestas más que animarme a continuar preguntándole, parecían dichas<br />
adrede para desalentarme y confundirme.<br />
Pasaron octubre, noviembre y diciembre. Una tarde de enero, Mrs. Fairfax me<br />
pidió que concediese fiesta a Adèle, alegando que hacía frío. La niñera secundó la<br />
petición con energía y yo, recordando lo preciosas que en mi infancia fueran las fiestas<br />
para mí, resolví complacerlas. El día, aunque frío, era despejado y sereno. Fatigada de<br />
haber pasado la mañana entera en la biblioteca, aproveché con gusto la circunstancia de<br />
que el ama de llaves hubiese escrito una carta, para ofrecerme a llevarla a Hay al correo.<br />
Me puse el sombrero y el abrigo y me preparé a salir. Las dos millas de distancia se<br />
presentaban como un agradable paseo invernal. Adèle quedó sentada en su sillita en el<br />
gabinete de Mrs. Fairfax. Le entregué su mejor muñeca (habitualmente guardada en un cajón<br />
y envuelta en papel plata), le ofrecí un libro de cuentos, respondí con un beso a su «Vuelva<br />
pronto, mi buena amiga Miss <strong>Jane</strong>», y emprendí la marcha.<br />
<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />
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