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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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más a gusto de lo habitual. Los vacíos de mi vida se llenaban y, físicamente, también mejoré:<br />

estaba más gruesa y más fuerte.<br />

¿Me parecía feo ahora Mr. Rochester? No, lector, la gratitud, unida a cuanto veía en<br />

él, todo bueno y genial, hacían que su rostro se me figurara lo más agradable del mundo. Su<br />

presencia en una habitación parecía alegrar y caldear la atmósfera mejor que el más<br />

brillante fuego. Ello no significaba que yo olvidase sus defectos, tanto más cuanto que los<br />

mostraba con frecuencia. Era orgulloso y sarcástico y, en mi interior, yo reconocía que su<br />

mucha amabilidad hacia mí estaba compensada por su mucha severidad hacia los demás.<br />

Estaba generalmente malhumorado. Con frecuencia, cuando me enviaba a buscar, le<br />

encontraba en la biblioteca, solo, con la cabeza apoyada sobre sus brazos cruzados. Y<br />

cuando la levantaba, un gesto melancólico, casi maligno, ensombrecía sus facciones. Pero<br />

yo creía que su mal humor, su aspereza y sus anteriores vicios -anteriores, porque ahora<br />

parecía haberlos corregido- eran el resultado de alguna injusticia con que el destino le<br />

abrumara. Yo entendía que, por naturaleza, Rochester era un hombre de buenas<br />

inclinaciones, elevados principios y delicados gestos, que las circunstancias, la educación y<br />

el destino habían desviado. Su pena, cualquiera que fuese, me apenaba a mí y hubiera dado<br />

cualquier cosa por poder mitigarla.<br />

Aquella noche, en mi lecho, con la luz ya apagada, no conseguía dormir pensando<br />

en la mirada que Rochester dirigiera a la casa, y me preguntaba si él no podría llegar a ser<br />

feliz en Thornfield.<br />

«¿Por qué no? -me preguntaba-. ¿Qué le separa de este lugar? ¿Por qué lo abandona<br />

siempre tan pronto? Mrs. Fairfax dice que nunca pasa aquí más de quince días y ahora<br />

lleva, sin embargo, ocho semanas. Sería lamentable que se marchase. ¡Qué tristes días, a<br />

pesar del sol radiante y el cielo despejado, me esperan en la primavera, en el verano y el<br />

otoño venideros, si él no está!»<br />

Después de este pensamiento, no sé si me dormí o no. Lo cierto es que desperté<br />

oyendo un vago murmullo, extraño y lúgubre, que me pareció sonar precisamente encima<br />

de mí. Hubiese querido tener encendida la vela, porque la noche era terriblemente oscura.<br />

Me sentí deprimida y asustada. Me senté en el lecho y escuché. El murmullo se había<br />

apagado.<br />

Traté otra vez de dormirme, pero mi corazón latía tumultuosamente y mi serenidad<br />

había desaparecido. El lejano reloj del vestíbulo dio las dos. Creí percibir que unos dedos<br />

arañaban la puerta de mi dormitorio, como si buscasen a tientas una salida en la galería.<br />

Exclamé: -¿Quién es?<br />

Nadie contestó. Sentí un escalofrío de temor. Recordé de pronto que, a veces, Piloto,<br />

cuando la puerta de la cocina quedaba abierta, salía y buscaba en la oscuridad el cuarto de<br />

su amor, en cuyo umbral le había visto durmiendo algunas mañanas. Tal pensamiento me<br />

tranquilizó. Me tendí en el lecho y ya comenzaba a dormirme otra vez cuando un nuevo<br />

incidente vino a desvelarme.<br />

Esta vez era una risa casi demoníaca: baja, reprimida y que sonaba, según me<br />

pareció, a través del agujero de la cerradura de mi puerta. La cabecera de mi cama estaba<br />

próxima a la puerta. Al principio pensé que algún duendecillo burlón estaba al lado de mi<br />

lecho, o quizá en mi misma almohada. Me levanté y no vi nada. Aún estaba mirando,<br />

cuando el sonido se repitió, viniendo del otro lado de la puerta.<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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