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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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Millcote, pero él no les acompañó. A poco de haberse ido sus invitados, tocó la campanilla<br />

y ordenó que bajásemos Adèle y yo. Arreglé un poco a la niña. Yo no tuve que arreglarme,<br />

ya que mi vestimenta cuáquera, por lo lisa y rasa, no permitía casi desarreglo alguno. Adèle<br />

pensó en seguida si habría llegado su petit coffre que, por no sé qué confusión, sufriera un<br />

atraso de varios días. En cuanto entró en el comedor, vio una cajita de cartón sobre la mesa<br />

y se alborozó, como si conociera por instinto de lo que se trataba.<br />

-¡Mi caja, mi caja! -exclamó, precipitándose hacia ella.<br />

-Sí: tu caja... Llévatela a un rincón y ábrela. ¡Se ve que eres una auténtica<br />

parisiense! -dijo la grave y sarcástica voz de Mr. Rochester, surgiendo de las profundidades<br />

de una inmensa butaca en que se hallaba hundido, al lado del fuego-. Pero no vayas<br />

dándonos noticias de tu operación anatómica a medida que investigues en las entrañas de la<br />

caja. Hazlo en silencio; tiens-toi tranquille, enfant, comprends-tu?<br />

Adèle se había retirado a un sofá con su tesoro y se afanaba en soltar la cuerda que<br />

lo sujetaba. Habiendo eliminado tal obstáculo y hallado ciertos objetos envueltos en papel<br />

transparente, se limitó a exclamar:<br />

-¡Oh, qué bonito!<br />

Y permaneció absorta en una extática contemplación. -¿Y Miss <strong>Eyre</strong>? -preguntó el<br />

amo, semiincorporándose en su sillón y mirando hacia la puerta, donde yo me hallaba-.<br />

Bien, pase y siéntese -continuó, al verme, aproximando una silla a la suya-. No me gusta la<br />

charla de los niños. Soy un solterón y ningún recuerdo grato me producen las cosas<br />

infantiles. Me sería imposible pasar toda la velada téte-à-téte con un chiquillo. Digo lo<br />

mismo respecto a las viejas, pese a lo que aprecio a la señora Fairfax. Miss <strong>Eyre</strong>: siéntese<br />

precisamente donde le he señalado... Quiero decir, si gusta... ¡El demonio se lleve esos<br />

miramientos tontos! Siempre me olvido de ellos.<br />

Tocó la campanilla y encargó que invitasen a acudir a Mrs. Fairfax, la cual se<br />

presentó con su cesto de labor, como de costumbre.<br />

-Buenas noches, señora. He prohibido a Adèle que me hable a propósito de los<br />

regalos. Le ruego que me sustituya en la tarea de atenderla y de conversar sobre ese tema.<br />

Con ello hará usted una obra de caridad.<br />

Adèle en efecto, apenas vio al ama de llaves, la condujo al sofá en seguida y colmó<br />

su falda con las porcelanas y marfiles de que estaban hechos los regalos, entregándose a<br />

explicaciones y arrebatos de júbilo tan vehementes como se lo permitía su escaso dominio<br />

del inglés.<br />

-Ya he cumplido mis deberes de anfitrión dando a mis huéspedes ocasión de<br />

divertirse el uno al otro -dijo Rochester- y quedo, pues, en libertad de divertirme yo.<br />

Señorita: haga el favor de aproximarse más al fuego. Desde aquí no puedo verla sin<br />

abandonar la cómoda posición en que estoy sentado, y no tengo ganas de hacer tal cosa.<br />

Hice lo que me decía, aunque hubiera preferido permanecer más en la sombra. Pero<br />

Mr. Rochester tenía un modo de dar órdenes que obligaba a obedecerle sin discusión<br />

posible.<br />

Estábamos en el comedor. Las luces, encendidas para la comida, seguían inundando<br />

la estancia con su claridad. El rojo fuego ardía alegremente y los cortinajes de púrpura<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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