Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
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«¿Cómo no responderá -pensaba yo- que esta mañana no ha sido posible lavarse por<br />
estar el agua helada?» Miss Smith me llamó en aquel momento y me hizo varias preguntas<br />
sobre si había ido al colegio antes, si sabía bordar, hacer punto, etc. Por esta razón no pude<br />
seguir los movimientos de Miss Scartched; mas cuando volví a mi asiento, vi que ésta<br />
acababa de dar una orden que no entendí, pero a consecuencia de la cual Burns salió de la<br />
clase y volvió momentos después trayendo un haz de varillas de mimbre atadas por un<br />
extremo. Los entregó a la profesora con respetuosa cortesía, inclinó la cabeza y Miss<br />
Scartched, sin pronunciar una palabra, le descargó debajo de la nuca una docena de golpes<br />
con aquel haz.<br />
Ni una lágrima se desprendió de los ojos de Burns, ni un rasgo de sus facciones se<br />
alteró. Yo había suspendido la costura y contemplaba la escena con un profundo<br />
sentimiento de impotente angustia.<br />
-¡Qué niña tan empedernida! -exclamó la profesora-. No hay modo de corregirla.<br />
Quita eso de ahí. Burns obedeció y se llevó el instrumento de castigo. La miré cuando salía<br />
del cuarto donde se guardaban los libros. En aquel momento introducía su pañuelo en el<br />
bolsillo y en sus mejillas se veían huellas de lágrimas. La hora del juego durante la tarde me<br />
pareció el mejor momento del día. Era cuando nos daban el pan y el café que, si bien no<br />
satisfacían mi apetito, al menos me reanimaban. A aquellas horas la habitación estaba más<br />
caliente, ya que se encontraban encendidas las dos chimeneas, cuyos fulgores suplían en<br />
parte la falta de luz. El tumulto de aquella hora, las conversaciones que entonces se<br />
permitían, inspiraban una agradable sensación de libertad.<br />
De haber sido una niña que llegase allí procedente de un hogar feliz, probablemente<br />
aquella hora del día hubiera sido lo que me habría producido mayor sensación de soledad y<br />
la que más hubiera entristecido mi corazón. Pero dada mi situación peculiar, no me sucedía<br />
así. Asomada a los cristales de la ventana, oyendo rugir fuera el viento y contemplando la<br />
oscuridad, casi hubiera deseado que el viento sonase más lúgubre, que la oscuridad fuera<br />
más intensa y que el alboroto de las voces de las escolares se elevase de tono todavía más.<br />
Deslizándome entre las muchachas y pasando bajo las mesas, me acerqué a una de<br />
las chimeneas y allí encontré a Burns, silenciosa, abstraída, absorta en la lectura de su libro,<br />
que devoraba a la pálida claridad de las brasas medio apagadas de la lumbre.<br />
-¿Es el mismo? -le pregunté.<br />
-Sí -dijo-. Precisamente lo estoy terminando.<br />
Y, con gran satisfacción mía, lo terminó cinco minutos después. «Ahora podré<br />
hablarla», pensé.<br />
Me senté en el suelo, a su lado. -¿Cómo te llamas, además de Burns? -Helen.<br />
-¿Eres de aquí?<br />
-No. Soy de un pueblo del Norte, cerca de la frontera con Escocia.<br />
-¿Piensas volver a él?<br />
-Supongo que sí, pero nunca se sabe lo que puede ocurrir.<br />
<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />
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