Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
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No me era necesario guía para llegar al bien conocido cuarto a que tantas veces<br />
me llamaran en los viejos tiempos para propinarme castigos o reprimendas. Precedí a<br />
Bessie y abrí la puerta con suavidad. Sobre la mesa había una bujía y a su luz vi el gran<br />
lecho con las mismas cortinas de antes, el tocador, la butaca y el taburete en que cien<br />
veces fui condenada a arrodillarme para pedir perdón de faltas que no había cometido.<br />
Incluso miré a cierto rincón esperando ver la varilla con que solían golpearme la palma<br />
de la mano. Luego me acerqué al lecho y corrí las cortinillas que colgaban entre sus<br />
columnas.<br />
Recordando muy bien el rostro de mi tía. El tiempo tiene la virtud de disipar los<br />
afanes de venganza y extinguir los impulsos de aversión. Yo me había separado de<br />
aquella mujer odiándola y ahora no experimentaba, sin embargo, más que<br />
conmiseración hacia sus grandes sufrimientos y un vivo deseo de perdonar y olvidar sus<br />
injurias y reconciliarme con ella.<br />
Distinguí su rostro duro e inflexible, su entrecejo imperioso, despótico, sus<br />
inconfundibles ojos... ¡Cuántas veces me habían contemplado con odio y amenazadores,<br />
y cuántas tristezas y terrores de la niñez me recordaban! No obstante, me incliné y besé<br />
aquel rostro. Ella me miró.<br />
-¿Eres <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong>? -dijo.<br />
-Sí, lo soy. ¿Cómo está usted, querida tía?<br />
Aunque yo jurara una vez no volver a llamarla tía jamás, no consideré pecado<br />
quebrantar ahora este juramento. Mis dedos buscaron su mano. Si ella la hubiese<br />
oprimido amistosamente, yo habría encontrado en ello verdadero placer. Pero las<br />
naturalezas insensibles no se ablandan con facilidad y las antipatías espontáneas no se<br />
desarraigan en un momento. Ella separó su mano y, volviendo la cara, comentó que la<br />
noche era calurosa. Cuando volvió a mirarme, con igual frialdad que siempre,<br />
comprendí que sus sentimientos respecto a mí no habían cambiado ni podían cambiar.<br />
Adiviné por sus duros ojos, impenetrables a la ternura, incapaces de lágrimas, que ella<br />
había resuelto considerarme mala hasta el fin, ya que creerme buena, en vez de<br />
producirla un generoso placer, le habría originado una mortificación.<br />
Sentí pena y enojo, contuve mis lágrimas, a punto ya de brotar, como en la<br />
infancia, tomé una silla y me senté a la cabecera del lecho.<br />
-Me ha enviado usted a buscar -dije- y he venido. No pienso irme antes de que<br />
me diga lo que deseaba.<br />
-Por supuesto. ¿Has visto a mis hijas? -Sí.<br />
-Pues puedes decirlas que quiero que estés aquí hasta que pueda explicarte<br />
ciertas cosas que tengo en la cabeza. Ahora es demasiado tarde y no me es fácil recordar...<br />
Pero deseaba decirte... espera.<br />
Su errante mirada y su alterado rostro demostraban que su antigua energía había<br />
desaparecido. Trató de envolverse en las ropas de la cama. Mi codo, apoyado en la<br />
colcha, se lo dificultaba y se irritó.<br />
-No me molestes sujetando las ropas -dijo-. ¿Eres <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong>?<br />
<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />
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