Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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-Menos yo. Yo soy absolutamente real. Tócame y lo verás. -Usted me parece lo más fantástico de todo, casi una cosa soñada... Alargó su brazo musculoso, recio, lo puso ante mis ojos y dijo, riendo: -¿Es esto un sueño acaso? -Aunque sea tangible, es un sueño -dije-. ¿Ha terminado usted? -Sí, Jane. Toqué la campanilla y mandé quitar el servicio. Cuando quedamos solos, aticé el fuego y luego me senté ante Rochester en un asiento bajo. boda. -Es casi medianoche -dije. -Sí, Jane, pero recuerda que me prometiste velar conmigo la noche antes de mi -Y lo cumpliré, al menos por una hora o dos. No tengo ganas de acostarme. -¿Tienes todas las cosas arregladas? -Todas. -Por mi parte también -repuso él- y nos iremos de Thornfield mañana mismo, media hora después de volver de la iglesia. -Bueno... -¡De qué modo tan raro lo has dicho! ¡Cómo brillan tus mejillas y tus ojos! ¿Te encuentras bien, Jane? -Creo que sí. -¡Crees! Vamos, dime qué te pasa. -No sabría explicarme. Quisiera que nunca se acabaran estos momentos. ¿Quién sabe lo que nos reserva el destino? -Todo eso son nervios, Jane. Estás sobreexcitada o acaso muy fatigada. -¿Y usted se siente tranquilo y feliz? -Feliz, sí; tranquilo, no. Le miré, tratando de descubrir en su rostro la expresión de su dicha. Estaba arrebatado. -Vamos, confía en mí, Jane -continuó-. Alivia tu pecho confiándome el peso que lo oprime. ¿Qué temes? ¿Sospechas que no voy a ser un buen esposo? -Nada más lejos de mis pensamientos. -¿Te asustan los nuevos ambientes en que vas a vivir, la nueva existencia que vas a llevar? -No. -Me asombras, Jane. Tu aspecto y tu acento me dejan perplejo y me entristecen. Explícate. -Entonces, escuche. Usted no estuvo en casa la noche de ayer... Brontë, Charlotte: Jane Eyre 178
-Ya, ya sé que no estuve... Y adivino que ha sucedido algo en mi ausencia, y que me lo ocultas. Algo que te ha disgustado, aunque seguramente no tendrá importancia. ¿Te ha dicho algo Mrs. Fairfax? ¿Te ha ofendido alguno de los criados? -No -repuse. Era medianoche. Esperé a que el argentino timbre del relojito del aposento y la pesada campana del gran reloj del vestíbulo hubiesen terminado de dar la hora, y continué-: Todo el día de ayer estuve muy ocupada arreglando mis cosas y sintiéndome feliz con esa ocupación, porque no estoy, como usted se figura, asustada de vivir en un nuevo ambiente, etcétera. Lo que pienso es en lo magnífico que ha de serme vivir con usted, porque le amo. Ayer yo creía en la Providencia y esperaba que todo se desenlazaría en bien de usted y mío. Hacía un día excelente y por ello no sentía inquietud alguna respecto a su viaje. Después de tomar el té, salí a pasear un poco ante la casa, y con tal intensidad pensaba en usted, que casi me parecía tenerle presente. Me asombraba de que los moralistas llamen a este mundo un valle de lágrimas, porque a mí me parecía un jardín de rosas. Al oscurecer, el aire refrescó y el cielo se cubrió de nubes. Entré. Sophie me llamó para que examinara mi vestido de boda, que acababa de traer en aquel momento. Encontré el velo que usted me regala y que, en su principesca extravagancia, ha hecho que me traigan de Londres, sin duda con objeto de chasquearme en mi propósito de no aceptar objetos costosos, como hice cuando me negué a aceptar las joyas. Sonreí al apreciar el empeño de usted en enmascarar a su humilde prometida con el disfraz de una gran señora. Estaba meditando sobre el modo de presentarle el retazo de blonda sin bordar que había preparado para cubrir mi humilde cabeza el día de la boda, y proyectaba decirle que era bastante para una mujer que no le aporta ni fortuna, ni belleza, ni una alianza ilustre. Imaginaba mentalmente las democráticas contestaciones de usted, y su perversa insistencia en afirmar que no necesitaba ni aumento de riqueza ni unirse a nadie que le dé el brillo de sus blasones... -¡Cómo adivinas mis pensamientos, brujilla! -interrumpió Rochester-. Pero ¿qué has hallado en ese velo, aparte de sus bordados? ¿Un puñal, un veneno? Porque, a juzgar por tu modo de... -No, no, no halle más que su riqueza y su delicada manufactura. Pero entretanto oscurecía, arreciaba el viento y yo hubiera deseado que usted estuviese en casa. Vine a esta habitación y me impresionó el espectáculo de este sillón vacío y esta chimenea apagada. Me acosté en seguida. No podía dormir. Me sentía desasosegada y nerviosa. Creí oír de pronto, no sabía si dentro o fuera de la casa, un extraño sonido, algo triste y lúgubre, al parecer lejano. Cesó, al fin, con mucha satisfacción mía. Al dormirme soñé que era de noche, una noche oscura, y que yo deseaba estar con usted, pero que entre ambos surgía una barrera que, no sé cómo, nos separaba. Durante este primer sueño yo seguía un camino desconocido rodeada de una oscuridad absoluta. La lluvia me calaba y yo iba cargada con un niñito, demasiado pequeño para andar solo y cuyo llanto sonaba de un modo lastimero en mis oídos. Usted seguía aquel camino, muy lejos de mí, y yo me esforzaba en alcanzarle y en hacerle pararse a esperar tratando de pronunciar su nombre tan alto como podía. Pero mis movimientos y mi voz estaban como paralizados y experimentaba la impresión de que usted se alejaba más cada vez. -¿De modo que era eso lo que tenías cuando te he encontrado? ¿Un mero sueño? ¡Qué nerviosilla eres! Déjate de visiones y piensa en la felicidad real que nos aguarda. Brontë, Charlotte: Jane Eyre 179
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Charlotte Brontë Jane Eyre I Aquel
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Cada lámina de por sí me relataba
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-¡Hay que ver! ¡Con qué furia pe
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Yo no estaba absolutamente segura d
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-He visto una luz y me ha parecido
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Al día siguiente ya me levanté y
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-Es que me pegaron -dije, dispuesta
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Bessie volvía del comedor y, al mi
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encarnadas sedas y, después, en es
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intentaba abrir el picaporte, que r
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-El mentir es muy feo en una niña
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Al acabar de pronunciar estas frase
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-¡Pero no lo demuestras! -¿Cómo
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Ya en la casa, procuré, ante todo,
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-¡Es indignante! ¡Otra vez el pot
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alumna, a fin de que cultivase flor
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-Sí. -¿Y las otras profesoras? -L
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«¿Cómo no responderá -pensaba y
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-Pero esta tarde has contestado bie
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procuraban saciar su hambre arranca
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Mr. Brocklehurst se dirigió a la c
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muchacha, tan pequeña, es peor que
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Esos seres nos vigilan, están enca
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A nosotras todo aquello nos sabía
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festivas. Dábamos durante ella lar
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«¡Qué triste es estar enfermo, e
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faltan para ese venturoso momento.
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para no volver a salir de él. Mis
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La guardé en el bolsillo y me apre
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Bobby prefirió instalarse en las d
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devolver el calor y la elasticidad
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-Sí, señora. -Voy a ver si lo han
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La puerta vidriera del vestíbulo e
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verde lleno de árboles que se llam
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-¿Le aprecia usted? ¿Le aprecia l
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Se abrió la puerta más próxima y
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El suelo estaba endurecido, el aire
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-No. Lanzó una ojeada a mis vestid
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XIII Por prescripción del médico,
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-¿Qué dices? -gruñó él-. ¿Esp
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-¿Es ése todo el motivo de disgus
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-En parte, porque su naturaleza suf
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pendían, ricos y amplios, de los a
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superioridad que me dan veinte año
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-Puede ser. O acaso no, porque, ¿y
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modos, mis tiernos sentimientos est
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Esperaba una contestación violenta
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más a gusto de lo habitual. Los va
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-¿Para qué diablo va usted a llam
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esperarse en una mujer que hacía p
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Yo lo recordaba todo muy bien. En a
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-Cierto. La verdad es que no se me
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-De aquí a tres días, según dice
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ozaban casi el suelo y el viento ha
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contestó que, si usted se oponía,
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Su tipo respondía, en efecto, a la
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Se tomó el café. Las mujeres, des
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Amy Eshton no oyó esta última fra
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La cocina, la despensa, el cuarto d
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-Bien. En todo caso, recuerde que s
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salón, su ausencia parecía produc
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gitanos? Sam acaba de decir que en
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predicciones satisfactorias. Me par
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Page 129 and 130: -¡Hum! No es eso precisamente. -En
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Page 133 and 134: Mi pulso, mi corazón y mi brazo se
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Page 139 and 140: Los tres caballeros se presentaron.
Page 141 and 142: cometido un gravísimo error, no im
Page 143 and 144: -Me parece que no me conoce usted,
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Page 149 and 150: No me era necesario guía para lleg
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Page 153 and 154: por malos que sean. Te lo digo fran
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Page 157 and 158: él habló de adquirir un coche nue
Page 159 and 160: Dios que no nos separásemos nunca,
Page 161 and 162: -En efecto, experimento afecto haci
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Page 171 and 172: Mi irritación crecía. Afortunadam
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muy lejos, los tejados de Pale Hall
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-Sí -dijo John. -¿Le gusta Morton
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pasar la vida a su lado se renovaba
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-Vengo a ver cómo pasa usted la fi
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iniciativas. ¿Cree posible que Ros
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-No. ¡Con qué facilidad se asusta
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-Ignoro cuanto se refiere a ese cab
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-Y yo una mujer durísima. -Y frío
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Aquella velada fue deliciosa. La en
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y hallé que me contemplaba atentam
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de dominar mis sollozos, enjugar mi
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Al oír mis últimas palabras perma
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XXXV No se fue a Cambridge al día
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-No digas tonterías, John. Pareces
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Y subí las escaleras mientras él
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XXXVI Llegó el día y me levanté.
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Un enamorado divisa a su amante dor
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erraba por la casa haciendo todo el
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odeado de musgo. Las ventanas de la
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Llamé a Mary y las dos arreglamos
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acomodara en sus rodillas. ¿Para q
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-¿Estudiaba mucho? -Mucho. -¿El q
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ahora por todo. Ser su esposa es, p
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una aparición, algo que debía dis
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Edward estuvo ciego los dos primero
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