Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
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alumna, a fin de que cultivase flores en ella. Aquello debía de ser muy lindo cuando estuviera<br />
lleno de flores, pero entonces nos hallábamos a fines de enero y todo tenía un triste color<br />
parduzco. El día era muy malo para jugar a cielo descubierto. No llovía, pero una amarillenta<br />
y penetrante neblina lo envolvía todo, y los pies se hundían en el suelo mojado. Las chicas<br />
más animosas y robustas se entregaban, sin embargo, a ejercicios activos, pero las menos<br />
vigorosas se refugiaron en la galería para guarecerse y calentarse. La densa niebla penetró<br />
tras ellas. Yo oía de vez en cuando el sonido de una tos cavernosa.<br />
Ninguna me había hecho caso, ni yo había hablado a ninguna, pero como estaba<br />
acostumbrada a la soledad, no me sentía muy disgustada. Me apoyé contra una pilastra de la<br />
galería, me envolví en mi capa y, procurando olvidar el frío que se sentía y el hambre que aún<br />
me hostigaba, me entregué a mis reflexiones harto confusas para que merezcan ser<br />
recordadas. Yo no me daba apenas cuenta de mi situación. Gateshead y mi vida anterior me<br />
parecían flotar a infinita distancia, el presente era aún vago y extraño, y no podía conjeturar<br />
nada sobre el porvenir. Contemplé el jardín y la casa. Era un vasto edificio, la mitad del<br />
cual aparecía grisáceo y viejo y la otra mitad completamente nuevo. Esta parte estaba<br />
salpicada de ventanas enrejadas y columnadas que daban a la construcción un aspecto<br />
monástico. En aquella parte del edificio se hallaban el salón de estudio y el dormitorio. En<br />
una lápida colocada sobre la puerta se leía esta inscripción:<br />
«Institución Lowood. Parcialmente reconstruida por Naomi Brocklehurst, de<br />
Brocklehurst Hall, sito en este condado.» -«ilumínanos, Señor, para que podamos conocerte<br />
y glorificar a tu Padre, que está en los Cielos.» (San Mateo, versículo 16.)<br />
Yo leí y releí tales frases, consciente de que debían tener alguna significación y de<br />
que entre las primeras palabras y el versículo de la Santa Escritura citado a continuación<br />
debía existir una relación estrecha. Estaba intentando descubrir esta relación, cuando oí otra<br />
vez la tos de antes y, volviéndome, vi que la que tosía era una niña sentada cerca de mí<br />
sobre un asiento de piedra. Leía atentamente un libro, cuyo título, Rasselas, me pareció<br />
extraño y, por tanto, atractivo.<br />
vez.<br />
Al ir a pasar una hoja, me miró casualmente y, entonces, la interpelé:<br />
-¿Es interesante ese libro?<br />
Y ya había formado en mi interior la decisión de pedirle que me lo prestase alguna<br />
-A mí me gusta -repuso, después de contemplarme durante algunos instantes.<br />
-¿De qué trata? -continué.<br />
Aquel modo de abordarla era contrario a mis costumbres, pero verla entregada a tal<br />
ocupación hizo vibrar las cuerdas de mi simpatía; a mí también me gustaba mucho leer, si<br />
bien sólo las cosas infantiles, porque las lecturas más serias y profundas me resultaban<br />
incomprensibles.<br />
-Puedes verlo -contestó, ofreciéndome el tomo.<br />
Un breve examen me convenció de que el texto era menos interesante que el título,<br />
al menos desde el punto de vista de mis gustos personales, porque allí no se veía nada de<br />
hadas, ni de gnomos, ni otras cosas similares y atrayentes. Le devolví el libro y ella, sin<br />
decir nada, reanudó su lectura:<br />
<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />
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