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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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Sentado en la alfombra junto a aquel pilón estaba Mr. Rochester, vestido con<br />

chales y tocado con un turbante. Sus ojos negros y su piel morena concordaban a<br />

maravilla con aquel atuendo. Parecía un emir oriental. En seguida sobrevino Blanche<br />

Ingram. Vestía también a estilo asiático, con una faja carmesí a la cintura y un pañuelo<br />

bordado en torno a las sienes. Sus hermosos brazos estaban desnudos, y uno de ellos<br />

sostenía con mucha gracia un cantarillo sobre la cabeza. Su aspecto y sus atavíos<br />

sugerían la idea de una princesa israelita de los tiempos patriarcales, y tal era, sin duda,<br />

el papel que trataba de representar.<br />

Se aproximó al pilón, se inclinó sobre él como para llenar el cantarillo y volvió a<br />

colocar éste sobre su cabeza. El personaje masculino le hizo entonces una petición:<br />

-¡Eh, apresurada! Dame el cantarillo y déjame beber.<br />

Y sacando de sus vestiduras un estuche, mostró en él magníficas pulseras y<br />

pendientes. Blanche parecía sorprendida y admirada. El, arrodillándose, colocó el tesoro<br />

a los pies de la mujer, que expresaba en sus gestos y ademanes el placer y la<br />

incredulidad que sentía. Entonces Rochester colocó las pulseras en las muñecas de la<br />

joven y los pendientes en sus orejas. Era, evidentemente, una reproducción de la escena<br />

de Eliezer y Rebecca. No faltaban más que los camellos.<br />

Los que debían adivinar el significado del cuadro cuchichearon un rato. Al<br />

parecer, no se ponían de acuerdo en lo que la escena representaba. Al fin el coronel<br />

Dent, su portavoz, dio la respuesta oportuna y volvió a caer la cortina.<br />

Al levantarse por tercera vez, sólo era visible una parte del salón, quedando lo<br />

demás oculto tras un biombo del que colgaban lienzos oscuros y groseros. El pilón de<br />

mármol había desaparecido. En su lugar había una mesa y una silla de cocina<br />

iluminadas por la opaca luz de una linterna.<br />

En aquel sórdido escenario estaba sentado un hombre, con las manos atadas y la<br />

vista fija en el suelo. Pese a sus ropas en desorden y a su ennegrecida faz, reconocí en él<br />

a Mr. Rochester. Vestía una burda chaqueta, una de cuyas mangas, desgarrada, pendía<br />

de su hombro, dando al protagonista el aspecto de haber sostenido una reciente refriega.<br />

Tales detalles, unidos a su desgreñado cabello, le disfrazaban muy bien. Al hacer un<br />

movimiento se oyó ruido de cadenas y vimos que llevaba grilletes en los tobillos.<br />

-¡Prisión! -exclamó el coronel Dent, resolviendo el acertijo.<br />

Pasado el tiempo necesario para que los actores se vistieran como de costumbre,<br />

volvieron al comedor. Blanche felicitaba a Mr. Rochester.<br />

-¿Sabe -le decía- que de sus tres caracterizaciones me gusta la última más que<br />

ninguna? ¡Oh! Si hubiera usted vivido hace algunos años, ¡qué magnífico salteador de<br />

carreteras habría hecho usted!<br />

-¿No me queda nada de hollín en la cara? -preguntó Rochester, volviéndose<br />

hacia ella.<br />

-Nada, desgraciadamente. ¡Qué bien le sienta el disfraz de bandido!<br />

-¿Le gustan esos héroes del camino real?<br />

-Creo que un salteador inglés debe de ser la cosa más parecida.<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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