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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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Adèle y yo pasamos a la biblioteca, la cual, por orden expresa de Mr. Rochester,<br />

debía servir de cuarto de estudio. Casi todos los libros estaban guardados bajo llave en<br />

estanterías protegidas por cristales, pero había sido dejado fuera un volumen que contenía<br />

las nociones elementales de primera enseñanza, y varios volúmenes de literatura amena:<br />

poesía, biografía, novelas, viajes... Supuse que Mr. Rochester, al sacar aquellos libros,<br />

pensó que bastarían para llenar las necesidades de lectura de la institutriz y, en efecto, por<br />

el momento me satisficieron bastante. Comparados con el escaso surtido de lecturas a que<br />

estaba acostumbrada en Lowood, tales libros me parecieron un abundante arsenal de<br />

instrucción y entretenimiento. En la misma habitación había un piano muy bien afinado, un<br />

caballete y otros útiles de pintura y dos esferas terráqueas.<br />

Mi discípula era dócil, aunque poco aplicada. No estaba acostumbrada a un trabajo<br />

organizado. Consideré imprudente sobrecargarla al principio, así que, después de hablarle<br />

mucho y enseñarle sólo un poco, la llevé con su niñera. Todavía no era mediodía y resolví<br />

emplear el tiempo en dibujar algunas cosas para uso de la niña.<br />

Cuando subía a coger papeles y lápices, Mrs. Fairfax me llamó.<br />

-Supongo que ya habrá terminado sus horas de clase -me dijo.<br />

Hablaba desde una estancia cuyas puertas estaban abiertas. Entré. La habitación era<br />

amplia y magnífica, con sillas y cortinajes rojos, una alfombra turca, zócalos de nogal, un<br />

gran ventanal con vidrieras de colores y un techo muy alto, decorado con ricas molduras.<br />

La anciana estaba quitando el polvo de algunos magníficos jarrones que había sobre el<br />

aparador.<br />

Yo no había visto nunca nada tan majestuoso. No pude por menos de exclamar:<br />

-¡Qué habitación tan hermosa!<br />

-Sí. Es el comedor. He venido a abrir la ventana para que se ventile un poco, porque<br />

los cuartos cerrados toman un olor muy desagradable. Aquel salón huele como una cueva.<br />

Señalaba un arco situado frente a la ventana y cubierto por un gran cortinón,<br />

descorrido en aquel momento. Lancé una ojeada al interior. Era un saloncito seguido de un<br />

boudoir. Ambos estaban cubiertos de suntuosas alfombras blancas adornadas de guirnaldas<br />

de flores. Los artesonados eran blancos también y representaban uvas y hojas de vid. En<br />

contraste con aquellas blancas tonalidades, las otomanas y divanes eran de vivo carmesí.<br />

Vasos de centelleante cristal de Bohemia, color rojo rubí, ornaban la chimenea, de pálido<br />

mármol de Paros, y grandes espejos colocados entre las ventanas multiplicaban la<br />

decoración, toda nieve y fuego.<br />

-Qué ordenados tiene usted estos cuartos. Mrs. Fairfax! -dije-. ¡Ni una mota de<br />

polvo! A no ser por el olor a cerrado, se diría que están habitados continuamente.<br />

-Es que, Miss <strong>Eyre</strong>, aunque Mr. Rochester viene pocas veces, cuando llega lo hace<br />

siempre de improviso. Y como he observado que le disgusta mucho no encontrar a punto<br />

las cosas, procuro tenerlo todo siempre dispuesto por si se presenta de pronto.<br />

-¿Entonces Mr. Rochester es un hombre escrupuloso, de esos que se fijan en todo?<br />

-No, no es así, precisamente. Pero es un hombre de gustos y costumbres muy<br />

refinados y quiere que todo responda a ese modo de ser suyo.<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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