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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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salón, su ausencia parecía producir cierto decaimiento en los ánimos de sus invitados, y tan<br />

pronto como entraba se reanimaba la vivacidad de la conversación.<br />

La necesidad de aquella estimulante influencia suya se puso de relieve un día que<br />

hubo de ir a Millcote a arreglar unos asuntos y no volvió hasta muy tarde. La tarde estuvo<br />

lluviosa, motivo que hizo suspender una proyectada visita a un campamento de gitanos que se<br />

habían establecido cerca de Hay. Algunos de los caballeros fueron a las cuadras, mientras los<br />

jóvenes de ambos sexos jugaban al billar. Las viudas Ingram y Lynn se entregaban a una<br />

plácida partida de naipes. Blanche Ingram, tras repeler con orgullosa taciturnidad algunos<br />

intentos de las Eshton y Dent para entablar conversación, había tocado primero algunas<br />

romanzas sentimentales en el piano, y luego tomando una novela de la biblioteca, se había<br />

hundido en un sofá y se disponía a matar con la lectura las tediosas horas de ausencia. El<br />

salón y toda la casa estaban silenciosos. No se oía más que el choque de las bolas de billar.<br />

Oscurecía. Se acercaba la hora de vestirse para cenar, cuando la pequeña Adèle, que<br />

se hallaba arrodillada en el hueco de una ventana del salón, exclamó:<br />

-¡Ya vuelve Mr. Rochester!<br />

Yo me volví. Blanche Ingram se levantó del sofá y los demás abandonaron sus<br />

ocupaciones, al tiempo que se sentía sonar un ruido de ruedas y de cascos de caballos sobre la<br />

arena húmeda. Una silla de posta se aproximaba.<br />

-¡Qué raro es que vuelva a casa de este modo! -dijo Blanche-. Se fue montado en<br />

Mesrour y acompañado de Piloto. ¿Qué habrá sido de esos animales?<br />

Mientras hablaba, aproximaba a la ventana de tal modo su alta figura, que tuve que<br />

echarme hacia atrás para dejarle sitio, a riesgo de romperme la espina dorsal. Entretanto, la<br />

silla de posta se detuvo y el viajero se apeó y tocó la campanilla. Era un hombre<br />

desconocido, alto, elegante, en traje de viaje. Pero no se trataba de Mr. Rochester.<br />

-¡Es indignante! -exclamó Miss Ingram. Y apostrofó a Adèle-: Y tú, monicaca,<br />

¿qué haces ahí, en la ventana, dedicándote a dar noticias tontas?<br />

Y lanzó sobre mí una mirada agria, como si yo hubiese cometido algún delito.<br />

Se oyó hablar en el vestíbulo y en breve apareció el recién llegado. Se inclinó<br />

ante Lady Ingram, considerándola, sin duda, la de más edad de las presentes.<br />

-Creo que llego con inoportunidad, señora -dijo-, ya que mi amigo Rochester<br />

está fuera, pero soy lo bastante íntimo suyo para poder permitirme instalarme aquí en<br />

espera de su regreso.<br />

Sus modales eran corteses y su voz me impresionó porque, sin tener<br />

precisamente acento extranjero, hablaba de un modo no corriente en Inglaterra. Su edad<br />

podía ser la de Rochester: entre treinta y cuarenta años. Tenía el rostro muy pálido, pero<br />

por lo demás era un hombre de buena apariencia. Examinándole mejor, creí encontrar<br />

en su rostro algo desagradable o, más bien, no agradable. Sus rasgos eran correctos, sus<br />

facciones suaves y sus ojos, aunque grandes y de bella forma, carecían de vida, o al<br />

menos me lo pareció.<br />

El sonido de la campana que indicaba la hora de vestirse para comer dispersó la<br />

reunión. No volví a ver a aquel hombre hasta después de comer, y me pareció que se<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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