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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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una masa de niebla por una colina. La aparición colectiva de aquellas mujeres dejó en mi<br />

mente una impresión de distinción y elegancia como nunca experimentara hasta entonces.<br />

Encontré a Adèle mirándolas a través de la puerta del cuarto de estudio, que la niña<br />

había abierto a medias. -¡Qué señoras tan hermosas! -exclamó, en inglés-. ¡Cuánto me<br />

gustaría bajar con ellas! ¿Cree usted que Mr. Rochester nos mandará a buscar después de<br />

que terminen de cenar?<br />

-No lo creo. Mr. Rochester tiene ahora otras cosas en qué ocuparse. Hoy no es fácil<br />

que te presenten a esas señoras. Acaso mañana... Ea, aquí está tu cena.<br />

Como la niña tenía verdadero apetito, el pollo y los dulces atrajeron su atención<br />

durante un rato. Mi previsión no fue desacertada, porque tanto Adèle como yo y como<br />

Sophie, a quien envié parte de las provisiones, corríamos el riesgo de quedarnos sin cenar,<br />

en medio del general ajetreo. Los postres no se sirvieron hasta las nueve, y a las diez aún<br />

los criados corrían de aquí para allá llevando bandejas y tazas de café. Acosté a Adèle<br />

mucho más tarde que de costumbre, porque me aseguró que no podría dormirse mientras<br />

oyera aquel continuo abrir y cerrar de puertas. Además, añadió, podía llegar un aviso de<br />

Mr. Rochester cuando ella estuviera ya acostada, «y sería lamentable...»<br />

La relaté cuantos cuentos quiso escucharme y luego, por cambiar un poco de<br />

ambiente, me la llevé a la galería. La gran lámpara del vestíbulo estaba encendida y a la<br />

niña la divertía asomarse a la barandilla y ver pasar los sirvientes. Y avanzada la noche,<br />

oímos sonar el piano en el salón. Adèle se sentó en el último peldaño de la escalera para<br />

escuchar. Una dulce voz femenina comenzó una canción. Al solo siguió un dúo. En los<br />

intervalos percibíase el murmullo de alegres conversaciones. Yo escuché también, y de<br />

pronto reparé que estaba intentando distinguir entre el rumor de la charla el acento peculiar<br />

de Mr. Rochester.<br />

El reloj dio las once. La cabeza de Adèle se apoyaba en mi hombro y sus ojos se<br />

cerraban ya. La cogí en brazos y la llevé al lecho. Debía de ser sobre la una cuando los<br />

invitados se retiraron a sus habitaciones.<br />

Al día siguiente también hizo buen tiempo. La reunión lo aprovechó para hacer una<br />

excursión a no sé qué lugar de las cercanías. Salieron temprano de mañana; unos a pie y<br />

otros en coches. Miss Ingram era la única amazona y Mr. Rochester cabalgaba a su lado, un<br />

poco separados ambos del resto de los excursionistas. Se lo hice notar a Mrs. Fairfax, que<br />

estaba sentada a mi lado, junto a la ventana.<br />

-Aunque usted decía... ¡Observe cómo Mr. Rochester corteja a esa señorita entre<br />

todas! -comenté. -Tiene usted razón: se ve que la admira.<br />

-Y ella a él -continué-. Mire cómo inclina la cabeza para hablarle<br />

confidencialmente. Me gustaría verla la cara. Hasta ahora no lo he conseguido.<br />

-La verá esta noche -repuso el ama de llaves-. He hablado a Mr. Rochester del<br />

interés que tenía Adèle en ser presentada a las señoras, y me ha dicho que fuera usted con<br />

ella al salón esta noche, después de cenar.<br />

-Le aseguro que no me hace ninguna gracia ir. -Ya le indiqué que usted está poco<br />

acostumbrada a la sociedad y que no se divertirá en una reunión de desconocidos, pero me<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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