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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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-Vengo a ver cómo pasa usted la fiesta --dijo-. Espero que no en pensar cosas tristes.<br />

¡Ah, está pintando! Muy bien. Le traía un libro para entretenerse.<br />

Y puso sobre la mesa un poema recientemente publicado, una de aquellas excelentes<br />

producciones que se ofrecían al público en aquella época, la edad de oro de la literatura<br />

inglesa moderna. ¡Nuestra época no es, en ese sentido, tan afortunada! No nos<br />

desalentemos, sin embargo. Sé que la poesía no ha muerto ni el genio se ha perdido, que<br />

Mammon no los ha esclavizado. Así, pues, un día u otro demostrarán su existencia,<br />

presencia y libertad. Como potentes ángeles, se han refugiado en el cielo, y sonríen ante el<br />

triunfo de las almas sórdidas y de las lágrimas de las débiles. No; no está la poesía destruida<br />

ni desvanecido el genio. No cantes victoria, ¡oh, mediocridad! No sólo aquellos divinos<br />

influjos existen, sino que reinan y sin ellos tú misma estarías en el infierno... en el de tu<br />

insignificancia.<br />

Mientras examinaba el libro, John Rivers contemplaba el retrato. Luego se irguió,<br />

en silencio. Le miré: leía en sus ojos y en su corazón como en un libro abierto y me sentía<br />

más tranquila y más fría que él. Viéndome de momento más fuerte que Rivers, resolví<br />

hacerle el bien que me fuera posible, segura de que nada le sería más grato que hablar un<br />

poco de aquella dulce Rosamond con la que no pensaba casarse, a pesar de su amor...<br />

-Siéntese -le dije.<br />

Contestó, como siempre, que no le era posible detenerse. Resolví que, sentado o de<br />

pie, me oiría, ya que la soledad no era más conveniente para él que para mí. Pensaba que,<br />

de no poder llegar hasta la fuente de su confianza, al menos descubriría en su pecho de<br />

mármol una grieta a través de la cual poder deslizar el bálsamo de mi simpatía.<br />

-¿Le gusta este retrato? -pregunté de pronto. -¿Gustarme el qué? No me he fijado<br />

bien. -Sí se ha fijado.<br />

Me contempló atónito, sorprendido de mi brusquedad. Pero yo continué,<br />

impertérrita:<br />

-Lo ha mirado detenidamente, pero no sé por qué no ha de verlo mejor -y diciendo<br />

así, se lo entregué. -Es un excelente retrato, muy suave de color y muy dibujado.<br />

-Ya, ya... Pero, ¿de quién es? Dominando un titubeo, respondió: -Presumo que de<br />

Miss Oliver.<br />

-Sí. Ahora bien, si desea y lo acepta, le ofrezco una copia fiel del retrato.<br />

Siguió examinándolo y murmuró:<br />

-¡Es admirable! Los ojos, su expresión, su color, son perfectos... Se la ve<br />

sonreír...<br />

-¿Le agradaría o le disgustaría tener una copia? Cuando se encuentre usted en<br />

Madagascar, en la India, o en El Cairo, ¿sería para usted un consuelo este retrato o más<br />

bien un motivo de recuerdos tristes?<br />

Me miró indeciso y volvió a examinar la pintura. -Me agradaría tenerlo -<br />

respondió-. Que sea prudente o no, es otra cosa.<br />

Desde que comprobara que Rosamond quería a Rivers y su padre no se oponía a<br />

un matrimonio, había deseado abogar porque se realizara. Parecía que, si entraba John<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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