Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
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De haberle amado menos, hubiese pensado que su aspecto y su mirada mostraban<br />
una alegría casi salvaje, pero libre de la pesadilla de la marcha, abriéndose ante mí el<br />
paraíso de la dicha que se me ofrecía, sólo pensaba en beber hasta la última gota de aquel<br />
néctar. Una y otra vez, Rochester me preguntaba: «¿Te sientes feliz, <strong>Jane</strong>?» Y una y otra<br />
vez le respondía: «Sí.» Le oí murmurar para sí:<br />
-Sé que Dios no deja de aprobar lo que hago. La opinión del mundo me es<br />
indiferente, y desafío la crítica de los hombres.<br />
La luna ya no brillaba, estábamos en sombras y yo no podía ver apenas el rostro de<br />
Rochester, a pesar de lo cerca que me hallaba de él. El viento soplaba entre los laureles y<br />
movía, con sordo rumor, las ramas del castaño.<br />
-Tenemos que entrar -dijo Rochester-: el tiempo cambia. Quisiera estar contigo<br />
hasta mañana, <strong>Jane</strong>.<br />
«Y yo contigo», pensé. Y quizá lo hubiese dicho si en aquel momento un relámpago<br />
no me hubiera dejado deslumbrada, obligándome a ocultar mis ofuscados ojos contra el<br />
hombro de Rochester.<br />
Comenzó a llover con furia. Él me arrastró velozmente por el sendero hacia la casa,<br />
pero antes de que cruzásemos el umbral estábamos empapados. Mientras Rochester me<br />
quitaba el chal y alisaba mi cabello despeinado por el agua, Mrs. Fairfax salió de su cuarto.<br />
Ni él ni yo reparamos en ella. La lámpara estaba encendida. El reloj daba en aquellos<br />
momentos las doce.<br />
-Quítate en seguida la ropa, ¡Estás calada! Buenas noches, queridita -dijo Rochester.<br />
Me besó repetidas veces. Al separarme de él distinguí a la viuda, mirándonos, grave,<br />
pálida y asombrada. La sonreí y corrí escaleras arriba. «Dejemos la explicación para otra<br />
vez», pensé. No obstante, ya en mi cuarto me turbó algo la idea de suponer lo que ella<br />
podría pensar de lo que había visto, pero mi alegría borró pronto los demás sentimientos y<br />
pese a la violencia con que soplaba el viento, a la frecuencia y fragor con que sonaba el<br />
trueno, a los lívidos relámpagos y a la lluvia que cayó a torrentes durante dos horas, no<br />
sentía ni el más pequeño temor. Mientras persistió la tormenta, Rochester llamó tres veces a<br />
mi puerta para preguntarme si necesitaba algo.<br />
A la mañana siguiente, antes de levantarme, Adèle vino corriendo a decirme que por<br />
la noche había caído un rayo en el castaño del huerto y lo había medio destruido.<br />
XXIV<br />
Una vez levantada y vestida, pensé en lo sucedido y me pareció un sueño. No estaba<br />
segura de su realidad hasta que viese a Rochester y le oyese renovar sus promesas y sus<br />
frases de amor.<br />
Mientras me peinaba, me miré al espejo y mi rostro no me pareció feo. Brillaban en<br />
él una expresión de esperanza y un vivido color. Mis ojos parecían haberse bañado en la<br />
fuente de la dicha y adquirido en ella un esplendor inusitado. Con frecuencia había temido<br />
que Rochester se sintiera desagradado por mi aspecto, pero ahora me sentía segura de que<br />
<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />
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