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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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-Puede ser. O acaso no, porque, ¿y si encuentro en esos placeres algo confortable y<br />

dulce, tan confortable y dulce como la miel silvestre que la abeja acumula entre los<br />

brezales?<br />

¡Qué amargo debe de ser eso!<br />

-¿Qué sabe usted? Por muy seria que se ponga y por muy solemnemente que me<br />

mire, está usted tan ignorante del asunto como este camafeo lo pueda estar -y tomó uno de<br />

la chimenea-. No tiene usted derecho á sermonearme; es usted una neófita que no ha pasado<br />

aún bajo el pórtico de la vida y desconoce sus misterios.<br />

-Me limito a recordarle, señor, que, según usted mismo, el error apareja<br />

remordimiento y el remordimiento es el veneno de la existencia.<br />

-¿Quién habla de error ahora? ¿Quién puede decir si la idea que acude a la mente es<br />

un error o más bien una inspiración? ¡Ahora mismo siento una idea que me tienta! Y le<br />

aseguro que no es nada diabólica. Al menos, se presenta engalanada con las vestiduras<br />

luminosas de un ángel. ¿Cómo no admitir a un visitante que se introduce en el alma tan<br />

radiante de luz?<br />

-No es un ángel verdadero, señor.<br />

-¿Qué sabe usted, repito? ¿En virtud de qué pretende usted distinguir entre un ángel<br />

caído y un emisario celestial?<br />

-Lo juzgo por su aspecto, señor. Estoy segura de que será usted muy desgraciado si<br />

atiende la sugestión que debe de haber recibido en este momento.<br />

-No lo creo. Al menos, me trae el más agradable mensaje que pueda pedirse.<br />

Además, ¿es acaso usted mi directora espiritual? ¡Ea, linda aparición, ven aquí!<br />

Hablaba como si se dirigiese a una visión, no distinguible a otros ojos que los suyos.<br />

Abrió los brazos y luego los cerró sobre su pecho, como si abrazase a alguien.<br />

-Ahora -continuó, dirigiéndose a mí-, ya he recibido al bello peregrino, a la deidad<br />

disfrazada, como lo es sin duda. Su aparición me ha causado un efecto benéfico: mi<br />

corazón, que era un osario hace un momento, es casi un sagrario en este instante.<br />

-A decir verdad, señor, no puedo seguirle en su conversación. No la comprendo;<br />

queda fuera de mi alcance. Sólo creo entender una cosa: que no es usted tan bueno como<br />

quisiera, y que lamenta su imperfección. Antes me hablaba usted de memoria. Pues bien, yo<br />

estoy convencida de que, si usted se lo propusiera, llegaría a corregir sus pensamientos y<br />

sus actos hasta que llegase el día en que, al repasar sus recuerdos, los hallase agradables en<br />

vez de dolorosos.<br />

-Bien pensando y mejor dicho, señorita. En este momento procuro con todas mis<br />

fuerzas adquirir nuevos y buenos propósitos, que habrán de ser tan firmes y duraderos<br />

como la misma roca. Desde ahora creo que mis pensamientos y mis deseos van a ser muy<br />

distintos a los de antes. -¿Y mejores?<br />

-Tanto como el oro puro es mejor que el metal dorado. Parece que duda usted, pero<br />

yo no dudo de mí mismo. Conozco mi fin y los motivos que tengo para buscarlo, y desde<br />

este instante me someto a una ley tan inflexible como la de los persas y los medos.<br />

-No lo conseguirá, señor, si no establece a la vez reglas para aplicarla.<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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