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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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Personas adineradas y bondadosas del condado suscribieron generosas aportaciones<br />

para la mejora del colegio, se establecieron nuevas reglas, y los fondos de la escuela se<br />

enviaron a una Comisión que debía administrarlos. Lo muy influyente que era Mr.<br />

Brocklehurst impidió que fuese destituido, pero se le relegó al cargo de tesorero y otras<br />

personas, más compasivas y mejores que él, asumieron parte de los deberes que antes<br />

ejerciera. La escuela, muy mejorada, se convirtió entonces en una verdadera institución de<br />

utilidad pública. Yo viví en ella ocho años desde su reorganización: seis como discípula y dos<br />

como profesora, y puedo atestiguar, en ambos sentidos, el saludable cambio operado en la<br />

casa.<br />

Durante aquellos ocho años mi vida fue monótona, pero no infeliz, porque nunca<br />

estuve ociosa. Tenía a mi alcance las posibilidades de adquirir una sólida instrucción, era<br />

aplicada y deseaba sobresalir en todo y granjearme las simpatías de las profesoras. Cuando<br />

llegué a ser la primera discípula de la primera clase, fui promovida a profesora y desempeñé<br />

el cargo durante dos años, al cabo de los cuales mi vida se modificó.<br />

Miss Temple, a través de todos los cambios, había conservado su cargo de inspectora.<br />

A ella debía yo casi todos mis conocimientos. Su trato y amistad eran mi mayor solaz: era<br />

para mí una madre, una maestra y una compañera. Al fin se casó con un sacerdote, un<br />

hombre tan excelente, que casi se merecía una mujer como ella, y se trasladó a otra parte a<br />

vivir. Perdí, pues, a aquella buena amiga.<br />

Al irse me pareció que se iban también todos los sentimientos, todas las ideas que me<br />

hicieran considerar, en cierto modo, a Lowood como mi propia casa. Yo había asimilado<br />

muchas de las cualidades de Miss Temple: el orden, la serenidad, la autoconvicción de que<br />

era feliz. A los ojos de las demás pasaba por un carácter disciplinado y tranquilo y hasta a mí<br />

misma me lo parecía.<br />

Pero el destino, en forma del padre Nasmyth, se interpuso entre Miss Temple y yo. La<br />

vi, por última vez, a raíz de la boda, subir, con su ropa de viaje, a la silla de Posta que se la<br />

llevaba, y luego contemplé el vehículo subir la colina y desaparecer entre los árboles. Me<br />

retiré a mi alcoba y pasé a solas casi todo el resto del día que, en atención a lo excepcional del<br />

caso, se consideraba semi festivo.<br />

Todo el tiempo estuve paseando por mi cuarto. Al principio creí que sólo me hallaba<br />

triste por la pérdida de mi amiga. Pero al cabo de mis reflexiones llegué a otro<br />

descubrimiento, y era el de que, desaparecida Miss Temple y, con ella, la atmósfera de<br />

serenidad que la rodeaba y que yo asimilara, se esfumaban también todos los pensamientos y<br />

todas las inclinaciones que el contacto con ella me produjeran, y volvía a sentirme en mi<br />

elemento natural y a experimentar las antiguas emociones. Hasta entonces, mi mundo había<br />

estado reducido a las paredes de Lowood y mi experiencia se constreñía a la de sus reglas y<br />

sistemas. Más ahora recordaba que había otro mundo, y en él un amplio campo de<br />

esperanzas, sensaciones y goces para quien tuviera el valor de arrastrar sus peligros.<br />

Abrí la ventana y miré al exterior. Los dos cuerpos del edificio, el jardín, las colinas<br />

que lo dominaban... Mis ojos contemplaron las cumbres azules; aquellas alturas cubiertas de<br />

rocas y matorrales eran como los límites de un presidio, de un destierro... Imaginé la blanca<br />

carretera que, bordeando el flanco de una montaña, se desvanecía entre otras dos, en un<br />

desfiladero, y evoqué la lejana época en que yo siguiera aquel camino. Recordé el descenso<br />

entre las montañas: parecía que hubiera transcurrido un siglo desde que llegara a Lowood<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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