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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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pendían, ricos y amplios, de los altos ventanales y el elevado arco de acceso. Todo estaba<br />

en silencio, y sólo se oían el cuchicheo de Adèle, que no se atrevía a hablar alto, y el batir<br />

de la lluvia invernal en los cristales.<br />

Mr. Rochester, que estaba sentado en su butaca forrada de damasco, miraba de un<br />

modo inusitado en él, con menos dureza que de costumbre y de modo mucho menos<br />

sombrío. Por sus labios vagaba una sonrisa y sus ojos brillaban, ignoro si como<br />

consecuencia de haber bebido mucho, aunque me parece probable que sí. Estaba, en<br />

resumen, en el momento beatífico de la digestión, y se sentía más expansivo y más<br />

indulgente que por la mañana. Reclinaba su maciza cabeza sobre el blanco respaldo del<br />

sillón, la lumbre iluminaba de lleno sus duras facciones y en sus ojos, grandes y negros,<br />

muy bellos por cierto, había algo que si no era dulzura podía considerarse como una<br />

manifestación parecida a ese sentimiento.<br />

Miró el fuego durante algunos instantes, volvió la cabeza de pronto y me sorprendió<br />

examinando su fisonomía.<br />

-Me contempla usted -dijo-. ¿Le parezco guapo? De haberlo meditado, yo hubiese<br />

dado una contestación cortés, pero la respuesta brotó de mis labios antes de que tuviese<br />

tiempo de reflexionar:<br />

-No, señor.<br />

-Palabra que es usted rara de veras -dijo-. Está usted quieta, grave y silenciosa como<br />

una monjita, con las manos cruzadas y mirando la alfombra (excepto cuando, como ahora,<br />

me mira a la cara) y, en cambio, si se le hace alguna pregunta, sale con una contestación si<br />

no grosera, al menos brusca. ¿Qué significa eso? -Perdóneme, señor. Reconozco que yo<br />

debía contestar que no es fácil responder a tal pregunta guiándose por las apariencias; que<br />

eso va en gustos; que la hermosura en los hombres tiene poca importancia, o algo parecido.<br />

-¿Cómo que no tiene importancia la hermosura? Ahora, so pretexto de paliar el<br />

insulto anterior, me introduce, tranquilamente, un cuchillo afilado en el oído. ¡Porque no<br />

otra cosa son sus palabras! Dígame: ¿qué defectos encuentra en mí? ¿Acaso no tengo mis<br />

miembros y mis facciones completos, como los demás hombres?<br />

-He querido rectificar mi contestación, señor. Era un disparate.<br />

-Lo mismo creo. Ea, critique mi figura. ¿Acaso no le gusta mi frente?<br />

Separó los cabellos que caían sobre sus cejas y mostró una sólida envoltura de los<br />

órganos intelectuales, en la que las protuberancias características de la bondad brillaban por<br />

su ausencia.<br />

-¿Qué? ¿Acaso tengo aspecto de tonto?<br />

-Nada de eso, señor. ¿Me encontrará usted grosera si le pregunto, a mi vez, si tiene<br />

usted algo de filántropo?<br />

-¡Ea, otra cuchilla, con la disculpa de acariciarme! ¡Y todo porque he dicho que no<br />

me gusta tratar con los niños y las viejas! No, jovencita, no soy un filántropo, pero tengo<br />

conciencia.<br />

Y señaló las prominencias que, según se dice, indican tal cualidad y que,<br />

afortunadamente para él, eran bastante acusadas.<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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