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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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ozaban casi el suelo y el viento hacía ondear su velo, a cuyo través se transparentaban<br />

los brillantes rizos de su cabellera.<br />

bajo.<br />

-¡Miss Ingam! -exclamó el ama de llaves. Y se precipitó a su puesto, en el piso<br />

La cabalgata, siguiendo las sinuosidades del camino, dio la vuelta a la casa. La<br />

perdí de vista. Adèle me pidió que le permitiese bajar, pero yo la senté sobre mis<br />

rodillas y traté de hacerle comprender que no debía aventurarse a aparecer ante las<br />

señoras antes de que Mr. Rochester la mandase a buscar, para no disgustarle. Comenzó<br />

a verter lágrimas, como era presumible, pero la miré con severidad y acabó secando su<br />

llanto.<br />

En el vestíbulo sonaba ya el alegre bullicio que producían los recién llegados.<br />

Las voces profundas de los caballeros y las argentinas de las señoras se confundían<br />

armoniosamente. Entre todas, destacaba la sonora del dueño de Thornfield, dando la<br />

bienvenida a los invitados que honraban su casa. Luego, ligeros pasos resonaron en la<br />

escalera y en la galería y se oyó un abrir y cerrar de puertas, risas, un murmullo confuso...<br />

Después, los rumores se apagaron.<br />

-Se están cambiando de ropa -dijo Adèle, que había escuchado con atención. Y<br />

suspiró al añadir-: En casa de mamá, cuando había visitas, yo la acompañaba a todas partes,<br />

en el salón y en las habitaciones, y muchas veces miraba a las doncellas vestir y peinar a las<br />

señoras. Es muy divertido, y, además, así se aprende...<br />

-¿No tienes apetito, Adèle? -interrumpí.<br />

-Sí, señorita. Hace cinco o seis horas que no hemos comido.<br />

-Bueno, pues mientras las señoras están en sus alcobas, intentaré traerte algo de<br />

comer.<br />

Y, saliendo de mi refugio con precaución, bajé la escalera de servicio que conducía<br />

a la cocina. Todo en aquella región era fuego y movimiento. La sopa y el pescado estaban a<br />

punto de quedar listos y la cocinera se inclinaba sobre los hornillos en un estado de cuerpo<br />

y de ánimo que hacía temer que sufriese peligro de combustión personal. En el cuarto de<br />

estar de la servidumbre estaban sentados dos cocheros, y otros tres criados alrededor del<br />

fuego. Las doncellas, a lo que imaginé, debían de hallarse ocupadas vistiendo a sus señoras.<br />

En cuanto a las nuevas sirvientas contratadas en Millcote, andaban de un lado para otro con<br />

gran estrépito. Atravesando aquel caos, alcancé la despensa, donde me apoderé de un pollo<br />

frío, un trozo de pan, algunos dulces, un par de platos y un cubierto, con todo lo cual me<br />

retiré apresuradamente. Ya ganaba la galería y cerraba tras de mí la puerta de servicio,<br />

cuando un acelerado rumor me hizo comprender que las señoras salían de sus aposentos.<br />

No podía llegar al cuarto de estudio sin pasar ante algunas de las puertas, a riesgo de ser<br />

sorprendida en mi menester de avituallamiento. Por fortuna, el cuarto se encontraba al<br />

extremo de la galería, la cual, por no tener ventana, estaba generalmente en penumbra y<br />

ahora en tinieblas completas porque ya se había puesto el sol y se apagaban las últimas<br />

claridades del crepúsculo.<br />

De las alcobas salían sus respectivas ocupantes, una tras otra. Todas iban alegres y<br />

animadas. Sus brillantes vestidos se destacaban en la oscuridad. Se reunieron en un grupo,<br />

hablando con suave vivacidad, y luego descendieron la escalera con tan poco ruido como<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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