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Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish

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Mr. Brocklehurst se dirigió a la chimenea, se paró junto a ella con las manos a la<br />

espalda y dirigió a toda la escuela una mirada majestuosa. De pronto, sus ojos se abrieron<br />

desmesuradamente. Dijérase que iban a salirse de sus órbitas. Volviéndose a la inspectora,<br />

dijo, con acento menos sereno que el acostumbrado:<br />

-¿Qué es eso, Miss Temple? ¿Quién es aquella muchacha del pelo rizado? ¡Sí: todo<br />

rizado!, aquella del pelo rojo.<br />

Y su mano se extendió, señalando al objeto de sus iras.<br />

-Es Julia Severn, señor -repuso, con calma, Miss Temple.<br />

-¿Con que Julia Severn? ¿Y por qué ha de llevar el cabello rizado? Ni ella ni<br />

ninguna. ¿Cómo osa seguir tan descaradamente las costumbres mundanas, rizándose los<br />

cabellos? ¡En una institución evangélica y benéfica como ésta!<br />

-Julia tiene el rizado natural -repuso Miss Temple, con más calma aún.<br />

-¡Pero nosotros no tenemos por qué estar conformes con la naturaleza! Quiero que<br />

estas niñas sean niñas de Dios y nada más. ¡Esas vanidades no pueden admitirse! Vuelvo a<br />

repetir que deseo que los peinados sean lisos y sencillos. ¡Nada de pelo abundante!<br />

Señorita: los cabellos de esa muchacha van a ser cortados al rape: mañana enviaré un<br />

peluquero. Veo que hay muchas que tienen el cabello demasiado largo. No, eso no... Vamos<br />

a ver: mande a toda la primera clase que se ponga de cara a la pared.<br />

Miss Temple se pasó el pañuelo por los labios como para disimular una sonrisa y<br />

dio la orden. Volviendo un poco la cabeza, pude percibir las muecas y miradas con que las<br />

muchachas comentaban aquella maniobra. Fue una lástima que Mr. Brocklehurst no<br />

pudiese verlas también.<br />

Después de examinar durante cinco minutos las nucas de las alumnas, Mr.<br />

Brocklehurst pronunció su sentencia:<br />

-Es preciso cortar el pelo a todas éstas. Miss Temple pareció a punto de protestar.<br />

Señorita -prosiguió él-: yo sirvo a un Señor cuyo reino no es de este mundo. Conviene<br />

mortificar a estas muchachas para que aprendan a dominar las vanidades de la carne. Sus<br />

cabellos deben, pues, ser cortados. Pensemos en el tiempo que pierden componiéndose y...<br />

La entrada de otras visitantes, tres mujeres, interrumpió al director. Fue una lástima<br />

que no oyeran el discurso de Mr. Brocklehurst, porque iban espléndidamente ataviadas de<br />

terciopelo, seda, pieles y otras vanidades. Las dos más jóvenes (lindas muchachas de<br />

dieciséis y diecisiete años) llevaban magníficos sombreros de castor gris, muy de moda<br />

entonces, adornados con plumas de avestruz, y de sus sienes pendían innúmeros<br />

tirabuzones cuidadosamente rizados. La señora de más edad vestía un costoso chal de<br />

terciopelo forrado de armiño y llevaba un postizo de tirabuzones rizados, a la francesa.<br />

Las visitantes -Mrs. y Misses Brocklehurst- fueron deferentemente acogidas por<br />

Miss Temple y acomodadas en asientos de honor. Debían de haber venido en coche con su<br />

reverendo esposo y padre y, al parecer, habían procedido a examinar los cuartos de arriba,<br />

mientras él se dedicaba a verificar las cuentas del ama de llaves y la lavandera. Dirigieron<br />

varias observaciones y reproches a Miss Smith, encargada de la ropa blanca y de la<br />

limpieza de los dormitorios. Pero yo no pude oírlas, porque otros temas requerían mi<br />

atención más inmediata.<br />

<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />

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