Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
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-No. ¡Con qué facilidad se asusta! -dijo, mientras se quitaba el gabán y lo<br />
colgaba de la puerta, tras la que volvió a poner la esterilla, en la que se limpió las botas<br />
llenas de nieve.<br />
-Dispense que ensucie la limpieza de su pavimento -exclamó, agregando,<br />
mientras se acercaba al fuego-: Le aseguro que me ha costado trabajo llegar. He caído<br />
en un hoyo y la nieve me alcanzaba hasta la cintura. Por fortuna no se había helado aún.<br />
-¿Por qué ha venido? -no pude menos de interrogarle.<br />
-¡Qué pregunta tan poco acogedora! No obstante, le diré que he venido para<br />
hablar con usted un poco, ya que me siento fatigado de mis libros silenciosos y mis<br />
habitaciones vacías. Además, experimento desde ayer el interés de la persona a quien<br />
cuentan una historia y la dejan a la mitad.<br />
Se sentó. Recordando su singular conducta del día anterior, empecé a temer que<br />
Rivers no estuviera bien de la cabeza. Pero si estaba loco, lo estaba con una locura harto<br />
fría y serena. Nunca me parecieron de una calma tan marmórea sus facciones como hoy,<br />
mientras se separaba de la frente el cabello húmedo de nieve. Con todo, la preocupación<br />
se pintaba claramente en su rostro iluminado por la llama del hogar. Esperé que hablara.<br />
Había apoyado la barbilla en la mano, mantenía un dedo sobre los labios y parecía<br />
pensativo. Aquella mano me pareció tan pálida y demacrada como ahora lo estaba su<br />
rostro. Sentí pena de él y dije:<br />
-Me gustaría que Diana o Mary viniesen a vivir con usted. Está muy solo y temo<br />
por su salud.<br />
-Ya me cuido yo; estoy muy bien -repuso-. ¿Qué ve usted de mal en mí?<br />
Habló distraídamente, con indiferencia, como si no necesitara para nada mi<br />
solicitud. Guardé silencio. Separó al fin su dedo de los labios, pero sus ojos contemplaban<br />
aún, fijos y estáticos, el fuego. Por decir algo, le pregunté si no le molestaba el frío que se<br />
deslizaba por las rendijas de la puerta.<br />
-No, no -respondió, casi ásperamente.<br />
«Bien -pensé-. Puesto que no quieres hablar, allá tú. Yo vuelvo a mi libro.»<br />
Despabilé la bujía y me sumí en la lectura de Marmion. Él, al cabo, sacó una<br />
cartera de piel y de ella una carta, que examinó en silencio, volviendo luego a hundirse en<br />
sus reflexiones. Leer en aquellas condiciones me resultaba insoportable. Resolví hablarle,<br />
a riesgo de que me contestase con la misma brusquedad.<br />
-¿Le han vuelto a escribir sus hermanas?<br />
-Desde la carta que le enseñé la semana pasada, no. -¿Han experimentado algún<br />
cambio sus asuntos? ¿Podrá partir antes de lo que contaba?<br />
-Me temo que no. Sería demasiada suerte.<br />
No viendo posibilidad de charla por aquel lado, opté por hablar de la escuela.<br />
-La madre de Mary Garret está mejor y Mary ha venido hoy a la escuela. La<br />
semana próxima asistirán cuatro niñas más de la Inclusa.<br />
-Ya.<br />
<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />
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