Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
Charlotte Brontë Jane Eyre I - Rincon-Spanish
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y hallé que me contemplaba atentamente con sus azules ojos. Ignoro cuánto tiempo llevaba<br />
así; sólo sé que me sentí desasosegada. -¿Qué haces, <strong>Jane</strong>? -Aprender alemán.<br />
-Preferiría que dejase el alemán y aprendieses el indostaní (lengua del Sur de la<br />
India).<br />
-¿Hablas en serio? -En serio. Me explicaré.<br />
La explicación consistió en manifestarme que era indostaní la lengua que él<br />
estudiaba, que solía olvidar lo que había aprendido, y que si tuviese una discípula con quien<br />
practicar los rudimentos, éstos no se le irían de la memoria, antes bien, quedarían -fijos en<br />
su mente. Agregó que me había preferido a mí por juzgarme la más apta de las tres mujeres.<br />
¿Le haría este favor? En todo caso, no sería largo el sacrificio, ya que contaba partir antes<br />
de tres meses.<br />
No era fácil negar nada a John porque se comprendía que cualquier sensación, grata<br />
o ingrata, se grababa profundamente en él. Consentí. Cuando Diana y Mary regresaron<br />
hallaron a la maestra de Morton transformada en discípula del párroco. Se echaron a reír y<br />
opinaron que John no debía haberme metido en aquella aventura. El repuso,<br />
tranquilamente:<br />
-Ya lo sé.<br />
Descubrí que era un maestro muy paciente, muy tolerante y muy exigente a la vez.<br />
Esperaba mucho de mí, y cuando veía que llenaba sus esperanzas, manifestaba su<br />
aprobación a su modo. Poco a poco fue adquiriendo cierta autoridad sobre mí, y su<br />
influencia y atención me parecieron más cohibidores que su indiferencia. Ya no me atrevía<br />
a hablar ni a reír a mis anchas cuando él estaba presente, porque un espíritu de clarividencia<br />
me advertía que eso le disgustaba a él. Yo comprendía muy bien que a John sólo le placían<br />
los modales graves y las ocupaciones serias y que era vano tratar de obrar de otro modo en<br />
su presencia. Acabé hallándome bajo el efecto de una fría sugestión. Si él me decía: «vete»,<br />
me iba; si «ven», iba; si «haz esto», lo hacía. Pero no me agradaba aquella sumisión y<br />
hubiera preferido que, como antes, mi primo no se ocupara de mí.<br />
Una noche, al ir a acostarnos, le rodeamos como de costumbre para desearle buenas<br />
noches, y como de costumbre también, después de besarle sus hermanas, él y yo nos dimos<br />
la mano. Diana, que estaba de buen humor (ella y Mary no experimentaban el influjo de la<br />
voluntad de John porque, en su estilo, eran tan fuertes como su hermano), exclamó:<br />
-Vaya, John: tú llamas a <strong>Jane</strong> tu tercera hermana, pero no te comportas como si lo<br />
fuera. Bésala también. Y me empujó hacia él. Pensé que Diana era muy imprudente y me<br />
sentí desagradablemente turbada. John inclinó la cabeza, hasta poner sus griegas facciones<br />
a nivel de las mías. Sus ojos escrutaron mis ojos, y me besó. No creo que exista nada<br />
parecido al beso de un mármol o de un trozo de hielo, mas me atrevo, con todo, a decir que<br />
el beso de mi eclesiástico pariente pertenecía a un género semejante. En todo caso, tuve la<br />
impresión de que me besaba por vía de ensayo, ya que luego me contempló como para<br />
comprobar el resultado. Ciertamente, no fue nada impresionante y estoy segura de que no me<br />
sonrojé. Sin embargo, aquello vino a ser el remache de mis cadenas. Desde entonces no<br />
prescindió nunca de repetir aquella ceremonia y la tranquila gravedad con que yo recibía su<br />
beso parecía tener cierto encanto para él.<br />
<strong>Brontë</strong>, <strong>Charlotte</strong>: <strong>Jane</strong> <strong>Eyre</strong><br />
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